El
huracán
Como
un reflejo que arde
en la punta de una daga,
el corazón de la tarde
ya se enciende, ya se apaga.
Rachas
de viento aparejan
los pajarillos que pasan,
y una docena de párvulos
cuentan piquitos de nácar.
Voces
de niños que juegan
en la alameda soleada:
certamen de algarabías,
risa de sol, fuga de alas.
Arriba
pasan las nubes
en rieles de azules rayas:
ecos de bronce en los cascos
y onomatopeyas de agua…
Un
puente de arcos se tiende
de la tarde a la montaña,
y se anuncia la tormenta
con sus tambores de plata…
Ramos
de roncos tambores
en sombrías atalayas:
pasan corceles del viento
por abismos y hondonadas…
Kabrakán,
de las alturas,
su furia indómita arrastra,
entre espirales de lluvia,
relámpagos que se enlazan.
En
nubarrones de fuego
las fuerzas trágicas danzan
y el corazón de la tarde
ha empurpurado la daga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario