Todas
mis penas caen con tu vestido
y todas las glorias resultan ya insignificantes
cuando adivino tu cuerpo, virgen de bronce,
y te descubro el moreno deseo entre los pechos
y te beso la deidad entre la piel
y me escueces
con el fuego de la boca
las heridas de esta carne magullada.
Ahora te hago mía, dulce Josefa,
y la noche entreabre sus piernas en la cama
y mi himno es el bramido que te sale de los labios
y mi patria
es cada letra
que se escapa
de tu nombre.
Pero no sé qué nos quedará, amor mío,
después de las penas y las glorias,
luego de las heridas,
de la patria magullada
y de tu nombre,
porque al atardecer
todo esto
resultará todavía más lejano.
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