miércoles, 13 de octubre de 2021

ANTONIO ENRIQUE

 

 

 

Media hora, medio kilo

 

 

Los huesos eran medio kilo,
el medio kilo media hora.
Pero la pelvis había que machacarla.
Medio kilo de ceniza
en media hora era
todo lo preciso
para achicharrar el alma.
Los crematorios estaban allí,
de donde expandían su hedor
los horneros.
Pues huelen peor que los sacrificados.
Ellos no hablaban,
¡pero lo sabían!
Que los ojos fulguran luces azules
y que la cabeza es lo que más tarda.
Hay una pesadilla en el aire
que nunca podrá ya desvanecerse.
¡No pases por allí! Allí
estuvieron los que bajaron la vista
y ya nunca más la alzaron,
allí quienes por pudor
a ellas nunca las miraron.
Y las que aterradas se arrojaron
en los brazos del verdugo:
Mejor besar a tu asesino
que no irte de este mundo
sin haber amado alguna vez,
aunque sea a quien te mata.
Medio kilo y media hora
cuanto separa el espanto del dolor.
Ojalá llegue el diluvio,
ése del que nadie sepa qué pasó antes.
Un diluvio de pétalos de rosa
para acercar el alba.
Un diluvio de lágrimas sin sal,
para que no chisporroteen.
Para extinguir tanto fuego
como asaba las almas.

 

De: “La palabra muda”

 

 

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