domingo, 17 de octubre de 2021

JOSÉ MÁRMOL

 

  

Caballos gigantes de Caucedo

 


El mar, que no tiene memoria, y se ufana en repetirse y repetirse, de ola en ola, de murmurio en murmurio. El mismo siempre, el bellaco de las formas, gimnasta de las cábalas y monstruos de ilusión. El mar como resabio de tantos desengaños. El de los cinco caballos gigantescos, que han sabido enredar la luna entre sus cascos y correr sin moverse, a cielo abierto, por entre las orillas de Caucedo y Guayacanes. Esos caballos de Troya en Mar Caribe, a cuyo trote se hace pradera el horizonte. ¿Quién si no yo mismo, en tus delirios bellos, pudo ir al pescante de la carroza mística, por las nubes tirada y por efebos tristes? ¿Quién si no yo, afirmado en tus rodillas, puede amaestrar las bestias de la tarde, ya rendido y dormitando su demiurgo? El mismo siempre, el de las acrobacias en azul y líneas blancas, el que se traga y devuelve como pompas etéreas los cuerpos hermosos de las niñas en bikinis. El de los mediocres pintores haitianos. El de los cinco caballos gigantescos, que se comen las tripas de los barcos cargueros y rumian sus lamentos a las siete de la tarde. El que se repite y se repite, de ola en ola, de ilusión en ilusión. El mar desmemoriado. El de Juan Dolio y Andrés, el mar, el mar, el mar.

 

De: “Torrente sanguíneo”

 

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