Sobre
la vergüenza
Me
niego a morir con las botas puestas, con las botas manchadas de asfalto y
gentes. Que no sea la muerte una última vergüenza.
Me
imagino debilitándome, dejando de sentir el pulso ardiente de las sienes, la
luz que beben los ojos cada vez tornándose de un negro más espeso, y en ese
último instante, de paso definitivo a la nada, una mujer desagradable y redonda
diciendo a otra: “me parece que le ha atropellado un coche”.
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