Después
de la caída
Después
de la caída
este furor sagrado no me sirve.
Ha
vuelto a irse la luz
y temo que esta vez ya no sabré arregarlo:
el mundo se levanta
como un desierto negro cuando llega la noche.
A
veces creo ver a alguno
frente al antiguo bar, o más allá, entre las huertas,
y espero en la ventana hasta que desaparecen…
Después de la caída no es posible el intento.
Quemé
tres libros la primera noche.
Luego me arrepentí, y desde entonces
ya solamente sueño con quemarlos
mientras desmonto y limpio la pistola.
Qué
hemos de hacer ahora con aquellas
enfermedades que crecieron como plantas exóticas?
De qué valen ahora los tratados
de métrica y de estilo,
aquellas impresoras que temblaban en la noche,
las máquinas para encanutillar originales,
sonrisas y contactos de los editores,
ferias del libro, periodistas culturales?
Estoy
solo, y esta prisión del pecho…
Después
de ver aquel cortejo extraño
atravesando nuestras tierras
—un hombre y un caballo escuálidos
bajo la sombrarruina de un paraguas—
este furor sagrado suena a hueco;
ridículo, vacío, inadmisible.
Temí
perder la vocación, pero ahora pienso
quién la hubiera perdido
y rumio el pensamiento como un coro:
después de la caída y de los muertos,
este furor sagrado no me sirve.
¡Tal
vez si consiguiéramos vivir
como los niños juegan sobre un árbol caído!
No hay comentarios:
Publicar un comentario