La
desconocida
Yo
conocía la desconocida.
Tenía
mejillas, trajes,
ausencias y desvelos,
pasaporte a morir, algunas joyas,
lápices para labios y un pañuelo.
Salía
por las tardes,
soportando en silencio la invasión de las luces,
la ecuación del verano en su cintura,
su sonrisa espaciosa
como una orquesta suelta en los jardines,
el agua en pabellones ambulantes
y el entristecimiento
de ciudades apenas entrevistas.
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