La
decisión
Y
bien, habrá que decidir al menos,
descartamos
del todo desde luego
la
criogenización,
y en
cuanto a la sepultura,
mi
familia nunca tuvo panteón y una pared de muertos
tampoco
es una fotogenia que me plazca.
Dos
horas en un horno –un tránsito
por
el infierno que sin duda me he ganado–
parece
pues la opción idónea,
sin
ataúd, sin vestimenta a ser posible:
un
cuerpo entrando a solas
en
una página de Dante.
Sé,
porque lo he vivido, que te entregan
una
bolsa llena de cenizas.
Hay
quien las pone en una urna y las entierra.
Hay
quien, por un precio a su alcance,
tira
de alquimia y las convierte en joya.
Hay
quien las mezcla con pigmentos perdurables
y
encarga que hagan un retrato.
Hay
quien contrata un globo y se las da al aire
donde
flotan en serpentina un rato
y
luego se reintegran a la nada
de
la que procedemos.
Pero
hay que decidirse, aun a sabiendas
de
que da un poco igual lo que decidas.
Estoy
bastante muerto últimamente
y
han soltado en mi corazón un pájaro
que
come corazones.
Y
pues tenemos que elegir
yo
quiero ser unos cuantos bolindres
hechos
de barro y de ceniza,
esmaltados
de colores muy vivos.
Bolindres
que bailen sobre los suelos,
y
choquen o se esquiven impulsados
por
dedos de gente que me conoció
y
echen una partida alguna tarde,
vueltos
niños de pronto porque sí
jugando
a los bolindres
con
las cenizas de su amigo o de su amor
que
no fue más que eso:
sólo
un juego de niños
que
a veces, si perdías tu bolindre favorito,
acababa
en lágrimas.
De:
“Horizonte de sucesos”
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