Sala
X
—Enamórala;
uno
nunca puede cansarse de una mujer como ella.
Te
dijo un
Leopoldo
María Panero del diecinueve.
Y me
comentaste:
—Me
entusiasma tu pelo.
Es
del color de las amapolas.
Y te
dije:
—¿Te
gusta liso o rizado?
—Tras
despertarte conmigo,
respondiste
sin dudar.
Y
también sin dudar, desenfundé las tijeras
y te
lo puse, con cariño, en el plato vacío
del
restaurante.
—Me
gustan tus ojos,
comentaste.
—¿Solos
o con lágrimas?
—Intensos,
respondiste.
Y
sin dudar,
los
arranqué como Edipo
usando
los broches de mi vestido.
Y
así, al plato:
el
canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la ternura.
—Antes
que musa, poeta,
te
dije,
y
así me fui ciega, desnuda
y
con las amapolas cortadas.
Y el
cínico Leopoldo se volvió cuerdo, y el cansancio se apoderó
primero
de
mis restos en contacto con tu saliva.
De:
“Presuntamente nuestros”
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