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Tú
nos colocaste a la deriva,
en
el quicio de una puerta
que
no se abre,
en
la punta de un cerro que no tiene divisadero,
más
que la profundidad.
Tú
nos diste una mirada
que
no ve nada,
porque
no sabemos tu nombre,
sólo
nadamos
en
las riberas del espanto.
Nómbrate,
no
alteraremos un átomo
de
tu milagro.
De:
“Un nombre con olor a almizcle y a gardenias”
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