Escena
de la película ‘Gigante’
Lo
que llevo conmigo de 1956 es un instante en el Cine
Holiday, donde una breve escena, como en
un sueño, se convirtió en un distintivo de la película. Hacia
el final aparece… la escena del café, que
proyecta un leve espectro de luz, inhóspito deseo
De
verse a sí mismo una vez más, aunque a veces
no agrade ver las películas de antaño. Empieza con un
tintineo de campanas y la verdad más evidente:
que la puerta de un café de carretera se abre y
se cierra cuando los Benedict (Rock Hudson y Elizabeth
Taylor),
su hija Luz, y su nuera
Juana y su nieto Jordy la atraviesan, no sin dejar de ser
observados. En realidad nada es un acto
de bondad a los ojos de Sarge, que es dueño de este
antro y la tiene tomada con Juana, de ojos oscuros, cansada
De
tanto anhelo que conlleva el rechazo.
Las miradas de Juana, apenas habiendo entrado, y las de Sarge,
robusto y descontento desde detrás del mostrador, se cruzan
mientras el tiempo se detiene como el calor. El silencio lo invade
todo, asumiendo el nombre de odio, y Juana
No
puede soportar el pavor—la mirada oscura de Sarge
contra su piel. De repente suenan las campanas otra vez.
Con el caminar silencioso y pesaroso, entran tres con aire
mexicano, a los que Sarge se niega a servir…
Esos gestos suyos, esas miradas que podrían matar
Se
te clavan en el alma por mucho tiempo. Una escena del
pasado me ha sorprendido en el acto de vivir: incluso
a mí mismo no puedo más que repetirme con frases preocupadas,
sobre un papel, cómo sorporté la arrogancia de una brusca
voz teñida con los fuertes colores de la pantalla;
Cómo en un principio apenas experimenté nada que decir
y ahora me pregunto si alguna vez podré vivir lo bastante para contar
la historia posterior. Recuerdo esto y me recuerdo a mí mismo
atrapado en una butaca del final — soy una débil luz parpadeante,
indefensa, un lugareño insignificante de catorce años.
Versión
de Rafael Cabañas Alamán
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