viernes, 13 de enero de 2023

IDA GRAMCKO

  

 


 

 

Un hombre puro, un encendido cuerpo

de panes, frutas, copas,
se va tendiendo en el mantel abierto
por cada objeto en sucesivas bocas.
¡Voy!, le grita una voz desde muy dentro
y una mujer o las pintadas rosas
del delantal que cruza el aposento
sube al amor con las fronteras rotas.
Fuerte, vivaz, inagotable sexo también entre las cosas.
El sueño de la unión plasmado en gesto
se descubre formal cuando las gotas
van de la jarra hasta el cristal sediento
y surgen dos amantes que se tocan.
Parejas vulnerables al desierto
de sí mismas, se ligan, se desposan,
porque de pronto un corazón, un tiesto
mira el jarro vertiéndose y lo invoca
y el agua acude hasta su llamamiento
y un nuevo amor disfruta en lo que agota:
un íntimo hontanar entre el concierto,
la voz secreta, al fin… ¡vertiginosa!,
pues la maceta apóyase en el viento
cual pie desnudo en fugitiva roca.
Y todo así, ya siendo y deshaciendo
su ser por otro ser… Cuando reposa
el orden familiar, el limpio medio
en donde el fin se sabe y se coloca,
un hábito; el azar, vuelca su estruendo
y vibra en la costumbre silenciosa.
Un hábito: el azar, nuestro misterio
colgando en el percal, entre la ropa
que suda el sol… Y muchedumbre, incendio….
El hombre afuera, ¡afuera! Y sin derrota.
 
 

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