Una
pecosa ella
Una
sola vez me enamoré a primera vista
—era pecosa—
quiero
decir
que
tenía constelaciones en la piel
que
batía espuma de mar sobre sus hombros
que
en su espalda
a
cada rato
eran
las ocho de la noche
y en
sus senos
era
siempre
víspera
de primavera
(ya
exagero)
la verdad
es que nunca vi sus senos
no
existían aún
no
habían nacido
éramos
niños
inocentes
como zapatos rotos al pie de una flor
—ella
también se enamoró—
nos
citamos a las cuatro
en
una banca azul de un parque entristecido
y
todavía
no
sé por qué
llegué
con diez minutos de retraso
(ya
no estaba)
«pero
estuvo» dijo el señor del helado
«una
pecosa ella
de
ojos claros»
y había
rastros en la banca
restos
de piedra lunar
espuma
la
cola de un cometa
escarcha
roja
«se
fue por ese lado»
(un
cono de fresa me señaló el camino)
la
seguí durante horas
y
primero me encontró la noche
éramos
niños
inocentes
como
hormigas con trocitos de cartón
la
encontré por fin
con
una guerra de mil días en la mirada
y me
mintió como mienten las mujeres grandes
«yo no
pude ir» me dijo
y yo
no quise avergonzarla
y no
le dije nada
no
le dije a nadie nunca nada
ni
la vi más nunca
pero
hoy
una
pecosa de ojos claros
me
dice –implacable- que
desde
hace diez minutos
las
puertas del avión están cerradas
que
he perdido el vuelo
que
con gusto
me
anuncia la penalidad
el
nuevo itinerario
y no
le digo nada
solo
atino a recordar
aquella
puerta secreta
cerrada
en la penumbra
aquel
primer vuelo
perdido
para siempre
veinte
años atrás.
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