Entrevista a una experta en violencia
Así
que díganos,
¿de
qué color es la herida que resulta de un golpe a puño cerrado
precedido
por el enojo (también cerrado)
del
otro que se avecina y se lanza contra el cuerpo de aquel
que
de ahora en adelante ocupa la categoría científica de “víctima”?
¿Cuál
es el ritmo de la respiración?
¿A
qué sabe la saliva cuando el cuerpo siente el miedo
subírsele
a la garganta como una fiera adolorida?
Será
cierto que la boca se pone agria y un tanto seca y un
poco
tensa al punto de volverse un temblor involuntario.
¿Y
los ojos?
¿Qué
hacen los ojos ante el golpe?
Se
cierran o más bien se dilatan,
queriendo
quedarse quietos y abiertos
como
para escapar la pesadilla que no puede ser abandonada
puesto
que no hubo ni habrá sueño.
Todo
es un día que se muerde la cola y no inicia ni termina,
pero
solo da vueltas y vueltas y vueltas
y
aquello que se revuelca en el centro más duro
de
esas volteretas
es
la persona misma diciendo para sí: abre los ojos.
¿Y
las rodillas?
¿Cierto
que pierden su firmeza
que
el hueso deja de ser una piedra de complejo mecanismo
para
volverse suave, torpe y llenarse toda de agua,
que
las piernas se convierten en cuatro músculos
desesperados,
extraviados:
el
sostén del cuerpo vuelto una suave y líquida cobardía?
¿Y
el estómago?
¿Cuánto
tarda en revolverse,
en
convertirse en un espasmo,
en
una sola náusea?
¿Y
cuál es el sonido que nace del dolor, físico e inescapable,
de
aquel que ha sentido el calor de una herida en la cara,
en
las mejillas,
cuál,
la urgencia que transmite?
Así
es que díganos:
a
qué huele la muerte
cuánto
pesa la muerte
dónde
se escribe muerte
dónde
se entiende muerte.
¿Cómo
es que se llamará su próximo artículo?
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