Bucarest
Algunos
lugares son tan pequeños
que
caben en la punta de un dedo.
Trato
de señalar dónde fue todo
pero
apenas yo misma me acuerdo.
Entre
los cascotes del olvido se erige la estantería
de
mi abuelo y la tarde del domingo
cuando
juntos leíamos el atlas, su dedo
sobre
la capital de Rumanía.
Allí
tenían, dijo, «una espléndida colección de putillas»
y
pensé que una puta sería algo así como la Torre Eiffel
y le
eché en cara que nunca me trajera
una
versión en miniatura de alguna de ellas.
Luego
se vio que fronteras y abuelos son relativos
tan
solo aquella tarde figura con letras en relieve
en
las páginas del atlas, como la tarde del día
en
que aún me pareció un excelente guía.
De:
“Título: Camaleón”
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