De
Civitate Hominunm
Es
la naturaleza muerta la que vive,
y no la carne viva.
Hay
flores asesinas, blancas como vellones,
que se despliegan con primor
y envuelven a su piloto
quien, sobrevolando Gheluvelt,
hace un reconocimiento matinal,
todo él de seda y plata
en lo alto azul.
Oigo
el zumbido de un motor
y nubes de humo blando que martillean el aire
al desplegarse las flores blancas como vellones.
No
sabría decir con qué flor se ha quedado
pero de pronto se siente un temblor,
aparece un zigzag de trazos sobre lo azul
y él se desliza hasta
adentrarse en lo blanco,
una llama delicada,
una pincelada de naranja en el vestido de la mañana.
En
voz baja, mi sargento dice: «¡Dios santo!
Qué muerte tan horrible».
El
santo Dios no responde
aún.
Versión
de Luis Ingelmo
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