sábado, 23 de agosto de 2025

JUANA CASTRO

 

 

Orchis purpúrea



Irresistible lenta, se acaricia
hasta el rigor tensada.
Trasoñar de la carne, ansiosa limitando
su tesoro lunar,
devorador del espejismo la pupila.
Por la pradera inmensa
se deslizan los dedos lentamente,
ofrendadas la cera y la penumbra.
Desfallecida sed, como si un ojo,
toda la magma espera
la fundación veraz bajo su tacto,
la estilizada forma
después de que su boca la vacíe.
Y la mano vacila. Pero solo los ojos
se derraman temblando
blandamente en la herida.
Anaranjada y nácar, la masa de la carne
como un rayo fulgura.
Invisibles lebreles
el aliento se espían en el aire.
Llamándola, la doble llamarada
de los muslos de plata, la garganta,
el cristal de los senos como un lirio,
la lánguida planicie de su vientre
y la confusa orquídea despeinada.
Ella, por siempre Ella,
la Gran Narcisia blanca
amándose en la luz, idólatra
su mano, prensadora y ardiente.
Imantada la abeja, circular
en gozo y en lascivia,
tejedora en la flor,
eterna boca.

  

De: “Narcisia”

 

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