La cura para la melancolía es tomar los cuernos
Alguna vez se pensó que el cuerno molido de unicornio
curaba la melancolía.
Lo
que carga el daño no es nunca la herida
sino
el jardín encarnado que el cuerno borda
al
retirarse —cuando ella se retiró. Estoy floreando
rozagante
ausencia —una alarma brillante.
Brodsky
dijo, La oscuridad restaura lo que la luz no puede
reparar.
Me entusiasmaste —rasgada hasta la cresta.
Lo
quiero todo —el toro de ébano y la luna.
Vengo
y de nuevo por el cuerno de melaza.
La
reina Isabel intercambió un castillo por un solo cuerno.
Yo
atiendo el reino de mis manos
—un
ejército de tacto que marcha por el alcázar de tus muslos
en
voz alta y brillante como cualquier cuerno de guerra.
Llego
hasta ti —mitad bestia, half feast.
Noche
tras noche cosechamos el Iliac
Forest
luxado, segamos la fruta oscureciente entibiada con
[especias
en
nuestras bocas, separamos lo dulce de la espina.
Mi
linternista. Tus manos, pabilo en la lámpara bronce
de
mi pecho. Rózame hasta sacar chispa
—tiémblame
hasta el asombro. En tu regazo
deja
que recueste mis pesados cuernos.
Cumplí
la profecía de tu garganta, suelta en ti
el
ala fabulosa de mi boca. Rojo fantasma
sagrado
y rojo. Dejé mi cuerpo y hablé con Dios, volví
angelada
en serafina —con alas de cobre y cuernos.
Nuestros
cuerpos no son sino lugares donde ser poseídas,
como
en, Dios, me tenía agarrada por el cuello,
por
la cadera, por la luna. Dios,
ella
me lastimó con mis propios cuernos.
De:
“Poema de amor poscolonial”
Versión
de Elisa Díaz Castelo
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