El
amor propio
Pobre de quien perdió la cuenta de las
veces que lo abandonaron y ahora sólo le pesa lo vago –la huella inexacta– de
aquel error sin número que no dejó de doler u ocurrir porque lo dejara de
contar. Dichoso el que conservó su elegancia, manejó sin titubeos la nave de la
vida y ahora nada le pesa, sino que lo cuenta, con impetuoso entusiasmo, al
círculo de sus parientes. Yo no fui como ellos. Me abandonaron y abandoné en
proporciones idénticas. Choqué contra otras naves la nave de la vida, y si el
daño no fue recíproco y me hirieron más, no me quejo, porque todo lo que me
pegó con saña, le hizo bien a mi poesía.
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