martes, 3 de junio de 2014

NICOLÁS MARÉ


  

 

De qué hablábamos, Dama mía, cuando hacíamos girar arbitrariamente
los mecanismos del calendario para pronosticar nuestra muerte ?

Qué diabólica maestranza eran nuestras voces
vaticinando una tumba compartida ?

El alboroto de los cuerpos y los recuerdos
pretendía asentar un orden impuesto para el deseo.
Irreverentes, lo reconozco, así como más me gusta,
fechamos en una pantalla poderosa la caída de los ídolos.

Nos hicimos hados de una temporada
que pasaríamos juntos en la corriente del aire
más prístina y luminosa de esta puta ciudad.

Y así fue, lo creo, esta bella historia
mal contada que nos atrevimos a perpetrar.

La desgracia, en todo caso, radica como un virus
en que el único realmente muerto fui yo.

 

 

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