jueves, 7 de enero de 2016

MARIO RIVERO




Lágrimas

“En el juicio final sólo se
pesarán las lágrimas”
Cioran



Conozco las lágrimas.
Sé de las lágrimas.
Un negro rocío cuyo sabor perdido
de nuevo encuentro.

He llorado de noche, a la orilla del mar,
oprimido por el dardo de la belleza…

Sollozado lágrimas por alguna espantosa verdad,
secretamente. Serio como la muerte.
Donde no hay nada para engañar.
O desde lo alto de los tejados, donde
todos pudieran verme.

He llorado bajito, bajo, así de afligido
—medio-triste medio-enfermo—
por los nobles árboles desarraigados
viejos y negros…
Porque la mañana y la noche vienen otra vez
¡y siempre otra vez!
y una vez más, en inextinguible y eterno infierno.

¡He vivido cargado de lágrimas!
Han brotado mis lágrimas
en algún estupor de vino y silencio…
He llorado cubierto por mi sudor de sangre
en mi Huerto-de-los-Olivos. Herida el alma
en la despedida más breve.

Compartido anónimos ruidos de lágrimas
en que prevalece, la secreta tristeza del mundo.
Y sorbido la lágrima desde un párpado…
Una gota sola que cae, con impulso tierno
como el de la rota cuerda de un arpa.

¡He llorado! ¡Llorado de amor y añoranza!
De vergüenza y orgullo. ¡De puro anhelo!
Lágrimas de vida y de muerte,
me han hecho verter una serie de pequeños hechos.



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