Prometimos
no contarlo
Entonces,
tú me cogías la mano
en los tramos que así lo requerían:
reprimidos
depósitos de arena, o alguna valla
que lograba complicarnos el acceso
a una mágica meseta, que solo
tú conocías para mí. No más
que azarosas excusas para ser
tú mucho más abuelo y yo más nieto.
en los tramos que así lo requerían:
reprimidos
depósitos de arena, o alguna valla
que lograba complicarnos el acceso
a una mágica meseta, que solo
tú conocías para mí. No más
que azarosas excusas para ser
tú mucho más abuelo y yo más nieto.
Mientras
caminábamos, la tierra
era poco más que un juguete
posado ante mis ojos cautivados.
era poco más que un juguete
posado ante mis ojos cautivados.
Monarcas
ya tú y yo
del terreno y el paisaje, pudimos
descansar muchas veces, regalando
nuestros ecos peregrinos, nuestras voces
que viajaban también entrelazadas
por misteriosos páramos del aire;
y aguardábamos entonces, risueños
e impacientes, sentados en la hierba,
un viento que de nuevo
las trajera de vuelta, sorprendiéndonos
bajo el perfecto sol de una sonrisa.
del terreno y el paisaje, pudimos
descansar muchas veces, regalando
nuestros ecos peregrinos, nuestras voces
que viajaban también entrelazadas
por misteriosos páramos del aire;
y aguardábamos entonces, risueños
e impacientes, sentados en la hierba,
un viento que de nuevo
las trajera de vuelta, sorprendiéndonos
bajo el perfecto sol de una sonrisa.
Recuerdo
que solía
cansarme siempre antes que tú, abuelo.
cansarme siempre antes que tú, abuelo.
Y recuerdo
también aquella mañana
en la estación de Trubia, en la que, por entrar
yo muy pronto al tren, se cerró
la puerta y me quedé
solo dentro, huérfano del pánico,
mientras tú aporreabas el cristal nerviosamente,
inexperto ante mis jóvenes lágrimas.
en la estación de Trubia, en la que, por entrar
yo muy pronto al tren, se cerró
la puerta y me quedé
solo dentro, huérfano del pánico,
mientras tú aporreabas el cristal nerviosamente,
inexperto ante mis jóvenes lágrimas.
Aunque
luego, después
del abrazo grandullón, nos reímos
en silencio, y prometimos no contarlo.
del abrazo grandullón, nos reímos
en silencio, y prometimos no contarlo.
Sin
nosotros, jamás
pudo ser nada; nada el amor
ni la aventura.
pudo ser nada; nada el amor
ni la aventura.
Hoy,
algo cansado
aunque tenaz, recibo la noticia de tu muerte
y vuelvo a conocer a la tristeza, otra tristeza
insólita y violenta para mí, torpe novato
en los caprichos del destino.
aunque tenaz, recibo la noticia de tu muerte
y vuelvo a conocer a la tristeza, otra tristeza
insólita y violenta para mí, torpe novato
en los caprichos del destino.
Como
aquella remota mañana,
hoy un cristal
celoso y miserable se alza entre nosotros,
agrieta el silencio y me encoge
sin piedad el corazón. Vuelvo a llorar
lo mismo que aquel día.
hoy un cristal
celoso y miserable se alza entre nosotros,
agrieta el silencio y me encoge
sin piedad el corazón. Vuelvo a llorar
lo mismo que aquel día.
Pero
esta vez podré sin duda prometerte
que no se acabará, que nunca
se apagará este abrazo, pues lo dejo
aquí, bordado entre estos versos, protegido.
que no se acabará, que nunca
se apagará este abrazo, pues lo dejo
aquí, bordado entre estos versos, protegido.
Y
vuelvo a verte inquieto, llamándome
tras el cristal, y sonrío, y nos recuerdo
tras el cristal, y sonrío, y nos recuerdo
en
cada instante feliz, y maldigo, y sangro,
y le arranco los ojos a la muerte.
y le arranco los ojos a la muerte.
De: Tratado de identidad
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