domingo, 7 de febrero de 2016

LUIS ARMENTA MALPICA




Offertorium

Nadie más que la mano desarmada,
la tenue palma
y este dolor…
latido de muerte insomne.
Jaime Gil de Biedma



Estoy alerta mientras mi padre duerme la mitad de su cuerpo entre las sábanas.

Déjenme que murmure el encaje de una oración que crece de esta aguja
en las horas de estos huesos callados que hacen su ruido adentro
para que no se escuchen por mi casa.

Tengo así como un aire que se escapa de mi ojo
que naufraga en su intento por drenar su mirada de otra mirada
triste que así se le recuerde.

Afuera de mi cráneo hay una veladora
que grita en llamaradas la salvación de un hombre.

Adentro millones de velitas apagadas
estorban a éstas mis manos frías que hurgan por si he dejado de antes
otro cirio allá afuera.

¡Qué oscuridad tan larga en tan poquito tiempo!
Hoy he visto que un parecido a vidrio llevamos en las manos.
Parecieran romperse
—frágiles escudillas para cargar la sangre—
pero solo se ensucian o se rayan.
Tiemblan las manos inconteniblemente
después de pronunciada la trombosis.
Callo ante esta palabra que vuelca nuestras vidas.

Después de oída en el oído profundo que el corazón conecta
con los huesos
ya no son más los huesos ni el oído
los que duelen.

(Entre los ojos queda una pequeña película de sal
donde los hijos somos los actores del miedo.)

Déjenme solo un rato con mi cuerpo.
Quiero sentirlo a plenitud ahora que duele.

El cansancio es un dolor mayor de lo que había temido.
Y la angustia es una invalidez que se aloja en mis manos.

Los dedos torpes para cargar un cuerpo que parece
que muere pero lucha
teclean unas letras inmóviles ruidosas haciéndose a la idea de una larga caricia.

(No quiero la caricia dilatada
sino el abrazo fuerte que en sus olas rompía
cualquier adiós posible.)

Con la especial tristeza de las cosas comunes
las que ambos —a la par— mantuvimos hundidas en la frente
digo que para amar es necesario haber
estado solo.

Lo sé tan bien ahora que por sentirme solo
puedo decirle «te amo»
                tan solo
con el tacto.

Nunca fueron más torpes estos dedos
que ahora que recorren las últimas doce horas
de este día que comenzó de pronto
con la mitad del cuerpo
desvalido.

Mi padre está aferrado a su mitad
—aunque se duerme.

La otra mitad le corresponde a Dios
pero aún no despierta…

(Poemas tomados de Des(as)cendencia / Des(as)cendance. Traducción al francés de Gabriel Martín y Jacky Santos Da Silva. Écrits des Forges y Mantis editores, 1999.)


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