Offertorium
Nadie más que la
mano desarmada,
la tenue palma
y este dolor…
latido de muerte
insomne.
Jaime Gil de Biedma
Estoy
alerta mientras mi padre duerme la mitad de su cuerpo entre las sábanas.
Déjenme
que murmure el encaje de una oración que crece de esta aguja
en
las horas de estos huesos callados que hacen su ruido adentro
para
que no se escuchen por mi casa.
Tengo
así como un aire que se escapa de mi ojo
que
naufraga en su intento por drenar su mirada de otra mirada
triste
que así se le recuerde.
Afuera
de mi cráneo hay una veladora
que
grita en llamaradas la salvación de un hombre.
Adentro
millones de velitas apagadas
estorban
a éstas mis manos frías que hurgan por si he dejado de antes
otro
cirio allá afuera.
¡Qué
oscuridad tan larga en tan poquito tiempo!
Hoy
he visto que un parecido a vidrio llevamos en las manos.
Parecieran
romperse
—frágiles
escudillas para cargar la sangre—
pero
solo se ensucian o se rayan.
Tiemblan
las manos inconteniblemente
después
de pronunciada la trombosis.
Callo
ante esta palabra que vuelca nuestras vidas.
Después
de oída en el oído profundo que el corazón conecta
con
los huesos
ya no
son más los huesos ni el oído
los
que duelen.
(Entre
los ojos queda una pequeña película de sal
donde
los hijos somos los actores del miedo.)
Déjenme
solo un rato con mi cuerpo.
Quiero
sentirlo a plenitud ahora que duele.
El
cansancio es un dolor mayor de lo que había temido.
Y la
angustia es una invalidez que se aloja en mis manos.
Los
dedos torpes para cargar un cuerpo que parece
que
muere pero lucha
teclean
unas letras inmóviles ruidosas haciéndose a la idea de una larga caricia.
(No
quiero la caricia dilatada
sino
el abrazo fuerte que en sus olas rompía
cualquier
adiós posible.)
Con
la especial tristeza de las cosas comunes
las
que ambos —a la par— mantuvimos hundidas en la frente
digo
que para amar es necesario haber
estado
solo.
Lo sé
tan bien ahora que por sentirme solo
puedo
decirle «te amo»
tan solo
con
el tacto.
Nunca
fueron más torpes estos dedos
que
ahora que recorren las últimas doce horas
de
este día que comenzó de pronto
con
la mitad del cuerpo
desvalido.
Mi
padre está aferrado a su mitad
—aunque
se duerme.
La
otra mitad le corresponde a Dios
pero
aún no despierta…
(Poemas tomados
de Des(as)cendencia / Des(as)cendance. Traducción al francés de Gabriel
Martín y Jacky Santos Da Silva. Écrits des Forges y Mantis editores, 1999.)
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