jueves, 30 de junio de 2016


ANTONIO MACHADO




Arte poética



Y en toda el alma hay una sola fiesta
tú lo sabrás, Amor sombra florida,
sueño de aroma, y luego... nada; andrajos,
rencor, filosofía.
Roto en tu espejo tu mejor idilio,
Y vuelto ya de espaldas a la vida,
Ha de ser tu oración de la mañana:
¡Oh, para ser ahorcado, hermoso día!




AQUILINO DUQUE




Puertos del Norte

A Meye Maier



¡Las niñas bien de calcetines blancos
en aquellos veranos de trasguerra!
En los jardines de Alderdi Eder
el plumón verde de las casuarinas.

El cine de los martes y domingos
en el Teatro Principal. El Náutico
empavesado a punto de zarpar.
El obsesivo “son de la marimba”.

Los catalejos en los miradores.
Las sirenas pidiendo práctico.
El alto puente del trasbordador
y abajo, las traineras, como galgos marinos.

Entre los barcos que limpiaban fondos
y las parrillas para asar sardinas,
arco iris de escamas y de agua
salada y sucia de petróleo y coque.

El misterioso rayo verde
que nadie nunca llegó a ver
encendía en el fondo de la ría
la falsa aurora de los altos hornos.

En el andén del tren eléctrico
pescaderas de faldas de mahón,
y allende el agua, bajo las acacias,
las niñas bien de calcetines blancos.



ELENA SOTO



  
Arcano II



La Papisa sedente en el recinto del templo

Si consideras aún la virtud mágica del nombre,
y el poder de la palabra que yace hastiado
en el mundo de los dioses.
Te ruego ¡Oh Isis! me arrebates
aquí mismo el nombre y los sentidos.
Arroja del regazo el libro del Arcano,
y con tus manos ya libres sujétame el cabello,
hasta tres veces sumérgeme en el grano,
húndeme el cuerpo hasta el fondo
en la fertilidad fluente de los silos.
Tú que les mostraste el secreto del trigo
condúceme hasta tu otro yo
hasta esa parte siniestra y misteriosa
que ocultas tras tu velo.
Desgarra entre los pliegues tu hierática mirada
para que sea posible la osadía
que yace entre mis brazos.
¡Oh Isis! Hechicera del templo y de las mieses
ayúdame a hollarte con espada de plata.
Yo te prometo la primera gavilla
aquella que se corta con la mano
todavía temblorosa.
Te prometo la guedeja de pelo
que me cubre la nuca.
Pero ¡Oh Isis! no me abandones en las rocas
donde el sonido del viento es tan sólo un gemido.


II

De cómo inlunada vago hasta el recinto del templo

Hermética cual fatum
el agua de las charcas refleja como el cuarzo.
Los perros de la noche aúllan tras las tapias.
La luna zorra astuta me tiende encrucijadas,
me liba con sus rayos recodos del sendero.
A lo lejos ruinas de las torres corroen mis entrañas.
El ansia, Isis, se oculta en cañas del camino,
en cavernas de mi cuerpo desiertas
de tus miembros.
Quizás tras tus ruinas ya se abran las rosas
y la lúrida luna se escorie en las murallas.


III

Donde Isis me enseña la medida del trance

Anoche me visito la Diosa Negra
y os juro que no la esperaba.
Sus cabellos erizaron los míos por un momento.
Sentí de pronto el temible placer de la lujuria.
Su mutación fue lenta
el ébano de sus brazos me aproximó
lentamente hacia sus labios
y el calor de sus labios me acercó
voluptuosamente hacia sus pechos
la turgencia de sus pechos me arrebató
fieramente hacia sus ingles
y el ardor telúrico de sus ingles me llevó
lentamente hasta los tejos.
Fue entonces cuando me hallé perdida en el abismo.
La Diosa Negra me provocó de nuevo
aún después de la agonía,
gemía con aullidos de loba solitaria
buscando la Osa Mayor entre mis dientes.

Movía la lengua sobre el lodo
palpando en la tierra indicios de retorno
porque ella quería tan sólo
que yo conociera el arrebato.


IV

Donde Isis regresa al recinto del templo

Yace ya mi cabeza entre sus muslos
y su mano yerta reposa entre las rocas.
Abismo,
no hay abismo posible tras su manto
Isis me descubrió la medida del trance
el movimiento exacto que lleva el cuerpo a la catársis.
Me enseño la modulación única del aullido
que quiebra
la disposición especial
de las cuerdas vocales para el canto.
Hastiada de cabellos,
Isis me trenzó cual vilorta de avena
y el limo de su voz rodeó mi cintura.
Isis me esperó hasta el día siguiente
en el umbral del templo
me calzó tiernamente las sandalias
Y ocultó mi rostro tras su velo
para que en la visión del valle
no me asaltara la nostalgia.
Ahora Isis es tan sólo el arcano segundo
la papisa sedente
en el recinto del templo.


Del libro "La medida del trance"



ESTHER GIMENEZ



  
Albada



Alguna vez he visto amanecer.
Todos sabéis cómo es: de la negrura
resurge un débil brote sin querer

de luz que el ojo apenas asegura
-si de un color, si de otro, siempre cálido-
que duele, que molesta, que depura

su recién vida, crítico y crisálido,
a punto de quebrársele la pata
al tembloroso cervatillo escuálido.

Se pone en pie, se estira, se dilata...
Mientras, el ojo, ya desperezado,
comienza a reinventar su flor y nata

-color, tono, matiz, significado-
como si no supiera que la luz
nunca ha atendido a Adán ni a su legado.

El Sol confuso alarga la testuz,
se asoma a ver quién mira y nos conoce
aún tras la Tierra-costra-tragaluz

y en confianza nos brinda el primer roce.
¿Quién es padre de quién? Se dice El Hombre
-obtiene de Natura tanto goce

que no queda camino que no alfombre-.
¿Qué sirve de la luz, tautología,
si no tiene perrito que la nombre?

Y el Sol siguió saliendo cada día,
incombustible siempre a nuestros símbolos,
motor casi inmortal de poesía.

Pasando por el forro de los nimbos
cada cantar, si alondra o ruiseñor,
si hacemos desayunos con Pan Bimbo,

si tú, si yo, si bien o mal de amor...
Sin embargo, la ciencia y la costumbre
me obligan a encontrarle al esplendor

un estatismo impropio de su lumbre,
un apagarse lento y sostenido
que no podemos ver desde la cumbre,

que no queremos ver pero es sabido,
se sabe ya seguro, se presiente,
se acabará. Sabéis ya cómo ha sido:
viajante del Oriente al Occidente
mientras captas de él fulgor de vela,
de toda su reacción la suficiente

aletargada luz que nos revela.
Alguna vez he visto algún ocaso.
Sabéis cómo será: deja su estela

la luz; después se va, poeta acaso.




WASHINGTON DELGADO




Un camino equivocado



Un camino equivocado es también un camino
No nos detendremos aunque la muerte nos separe
El cielo ya no es azul ni dorado es el llanto
No nos detendremos el corazón tiene otros ojos
Hay que morir un poco para mirar el día.

Mas antigua que la noche la muerte es una leyenda
Existe un lugar en donde somos dioses
En el centro del día un bello rostro.
Del tiempo de los sueños nada queda
La tristeza es totalmente necesaria
Todo nos conduce a la alegría.

Lo que una vez fue verde nunca muere
Toda vida posee un bello rostro
Un camino equivocado es un camino
Y nada son los días de la muerte.


(Días del corazón, 1957)


MIGUEL GONZÁLEZ GERTH



  
Escalera




Por un caracol de despedida
allora per gli addii scala
las damas van descendiendo
rojo intenso negro
lento malva leve
como el espíritu de Giacomo Balla
barandal vuelta tras vuelta
de hierro cada balaustre
de mármol cada peldaño
y de encaje los sombreros
en escalones volados
sonrisas hilvanan miradas
enaguas de andares como agua
curvas transitan las curvas
curvas subieron y bajan
a tiempo llegarán al fondo
raíz de vida raíz de casa
cuántos pasos en declive
cuántos pisos en redondo
miradas pespuntan risas
desde la altura invisible
allora per gli addii scala
las damas han ido bajando
rojo intenso negro
lento malva leve
desde una abúlica nostalgia
las hemos imaginado

miércoles, 29 de junio de 2016


CÉSAR ANTONIO MOLINA




Aunque las olas del río de los sueños...



Aunque las olas del río de los sueños
crezcan como un maremoto
y la espuma blanquecina
-danzando una infernal zarabanda-
se ilumine con el esperma de una ballena,
remaremos más aprisa antes de que se vaya la noche
hacia los lugares, en los eternos espacios,
donde aparecen por todos los lados
los nombres que tan bien recuerdan nuestros corazones
y la reliquia de la antigua ruina de los varios mundos.




AQUILINO DUQUE



  
El cachorro en el puente



El cachorro en el puente
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente,
tú sobre el río, prometiendo abrazos
que nunca habrás de dar porque no puedes,
porque un madero y unos clavos dicen
que nadie es libre de morir su muerte.
Esta noche, Manuel, tú sobre el río.
Quién te puso corona de saetas,
Cachorro de Sevilla...
Quién pudo hacerte interminable el tránsito...
Hoy no se pasa: aquí muere Sevilla
mientras tu silueta va en el río
caminando otra vez sobre las aguas...
Y ya tu pelo, nebulosa trágica,
río de miel lentísimo,
va velando la muerte que te vela.
Trono moreno de Judea, pasa.
Pasa, Manuel, tuyo es el Viernes Santo,
tuyos son estos ojos que te lloran,
esta voz que te canta,
esta espuma de estrellas andaluzas.
Sigue pasando, alzado y ofrecido.
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente.
Quién te trajo hasta mí, quién levantaba
tu belleza, tu cuerpo como un río,
lanza de luz nocturna en el costado...
Quién pudo hacer que el último suspiro
de tus labios se dé a cada momento,
desde no sé qué siglos hasta ahora,
hasta ahora, para ir diciendo al mundo,
para ir diciendo al tiempo: Así se muere.

Así mueren los Hombres.


(La calle de la luna)



ANTONIO MACHADO




¿Empeñé tu memoria? ¡Cuántas veces!



¿Empeñé tu memoria? ¡Cuántas veces!
La vida baja como un ancho río,
y cuando lleva al mar alto navío
va con cieno verdoso y turbias heces.

Y más si hubo tormenta en sus orillas,
y él arrastra el botín de la tormenta,
si en su cielo la nube cenicienta
se incendió de centellas amarillas.

Pero aunque fluya hacia la mar ignota,
es la vida también agua de fuente
que de claro venero, gota a gota,

o ruidoso penacho de torrente,
bajo el azul, sobre la piedra brota.
y allí suena tu nombre ¡eternamente!



FABIÁN RIVERA




(paréntesis)



Pensé
en el juguetero lleno de polvo
que nunca me dio nada
(ni una sonrisa
queriéndome arreglar la cara).
Pensé en el pan,
en la taza,
en el humo que de su calor
se desprendía,
y en la cuenta
tras la cuenta de los días
junto a ella.

Pensé
en los vestidos,
en los chalecos que cosía
entre los gestos
que protegieron su añoranza,
sobre la silla que albergó
sus entrañas miserables e infinitas.

Pensé
en el día de su muerte,
en cómo dijo

sin mover un dedo......... (un adiós)
en cómo dijo aquellos labios
que esbozaron, presurosos,
el asco de la vida
que vio derramarse a nuestro lado
con la belleza
de aquel vaso que se aguarda
y escapa a nuestro tacto
un día de sed
y de rupturas.


Del libro: En aras del silencio



CINTIO VITIER



  
Calendario



entra dice la ene de la nieve
que sólo existe para el calendario
si entre eros y héroe no se atreve
a prescindir del año imaginario

sigue la fe que nos sopló el primero
al segundo del canto gregoriano
miniatura del sol feble y ligero
que todavía el frío hace lejano

las lomas de su M dan a un mar
rizándose con oes jubilosas
anunciando entretiempos de soñar
zigzagueos de amor entre las cosas

abre la i lo que la ele lanza
con lucidez que a la mirada inunda
“oh luna cuánto abril” es su semblanza
la primavera en sí su reino funda

llega la lluvia sacudiendo el rayo
como una forma natural del arte
la tarde azul deja de ser ensayo
la flor toma el poder y lo reparte

ah junio amigo de la poesía
con tus letras no he de jugar ("perdona
llamas al viento, nieve a la memoria")
y si pudiera "clámide" diría

el ser solar avanza a los umbrales
de la maduración de los colores
en las umbrías úes coloniales
como en la plaza de los resplandores

agosto al gusto ya lo agosta intacto
en la encendida miel del fruto abierto
fosco el mirar de tan radiante tacto
dormido el corazón de tan despierto

empieza a dispersarse la dulzura
en las sierpes nubosas del ocaso
secreto tinte vagamente dura
la noche extiende de rocío el brazo

"escalando sereno las ventanas"
octubre encubre del ciclón el rosa
que lo circunda con extrañas ganas
de ser halo fatal o faz furiosa

no vi su nombre no sentí su sombra
sino de vuelo en tránsito en andenes
como aquél de mi infancia que se asombra
porque siguen silbando aquellos trenes

sensación de llegar -honda familia
callada eternidad cada momento
sabores del hogar en la vigilia-–
ya "todo el tiempo" un solo nacimiento.


27 de marzo 1999


JOSÉ ASUNCIÓN SILVA



  
La ventana
  
Oh temps évanouis! O splendeur éclipsées,
Oh soleils descendus derrière l'horizon!
VICTOR HUGO



Al frente de un balcón, blanco y dorado,
obra de nuestro siglo diez y nueve
hay en la estrecha calle una muy vieja
ventana colonial. Bendita rama
adorna la gran reja,
de barrotes de hierro colosales,
que tiene en lo más alto un monograma
hecho de incomprensibles iniciales.

A la lumbre postrera
del sol en occidente, ¿quién no espera,
mirar allí, sombría,
medio perdida en la rizada gola,
la cabeza severa
de algún oidor, o los oscuros ojos
de una dama española
de nacarada tez y labios rojos,
que al venir de la hermosa Andalucía
a la colonia nueva
el germen de letal melancolía
por el recuerdo de la patria lleva?
¡Pero no, ni las sombras le han quedado
de los que vio perderse en el pasado;
loca turba infantil la invade ahora,
uno ríe, otro llora;
a la palma bendita
la niña arranca retejida rama,
y mientras uno al compañero llama
con incansable afán el otro grita.
No guarda su memoria
de la ventana la vetusta historia
y sólo en ella fija
la atención el poeta,
para quien tienen una voz secreta
los líquenes grisosos
que al nacer en la estatua alabastrina,
del beso de los siglos son señales,
y a quien narran poemas misteriosos
las sombras de las viejas catedrales!

Hoy hace más de un siglo, ha muchos años,
ella escuchó la cántiga española
que tristes desengaños,
o desventuras amorosas narra
de la alta noche en la quietud serena,
acompañada en la gentil guitarra,
por noble caballero
a quien tornara con la estrofa grata
el recuerdo de alegre serenata
dada en la aristocrática Sevilla,
cabe el Guadalquivir, do en claras noches
la calada Giralda se retrata
y la luz de la luna limpia brilla.

La brisa, dulce y leve,
como las vagas formas del deseo,
llevó al pasar por los barrotes duros,
aroma de azahares y de lirios,
en las risueñas fiestas de himeneo,
juramentos de amor, santos y puros,
de mortuörios cirios
el triste olor, las plácidas historias,
conque la noble abuela
al rubio nieto adormeció en la cuna
y la oración que hacia los cielos vuela
suave como los rayos de la luna.

Inútil, allí, a solas,
ella miró pasar generaciones,
como pasan, con raudo movimiento,
sobre la playa las marinas olas
en la sombra los coros de visiones
y las aristas leves en el viento;
y ora mira la turba de los niños
de risueñas mejillas sonrosadas,
que al asomar tras de la fuerte reja
sonriente semeja
un ramo de camelias encarnadas!

¡Ay! todo pasará, —niñez risueña,
juventud sonrïente,
edad viril que en el futuro sueña,
vejez llena de afán...
...Tal vez mañana,
cuando de aquellos niños queden sólo
las ignotas y viejas sepulturas
aún tenga el mismo sitio la ventana.



martes, 28 de junio de 2016


MIGUEL GONZÁLEZ GERTH




El otro lado del mapa

                                                        a María Kodama de Borges


El Atlántico era su océano.
El Mediterráneo era su mar.
Otras extensiones de agua:
el Lago de Ginebra, el Ródano,
el Río de la Plata.
Hoy, mientras contemplo el azul Pacífico,
sobre el cual voló dos veces,
pienso en Borges.
Pienso en todas las palabras:
las que me dijo a mí
y las que yo podría haber dicho.

Como el agua, las palabras fluyen
y, cuando sopla el viento,
forman olas, remansos, remolinos. Y desaparecen.
Quizá besen las riberas de la realidad
en las bahías remotas del tiempo,
llevando sus crestas consumadas
de ilusión fría
a romperse sobre la arena cálida.

Esas cabrillas
sabe usted, Borges:
esas pequeñas olas dóciles, cuya espuma
juega con los laberintos de la luz,
la luz vista y no vista,
constantemente vuelven con el vaivén de la marea,
mojando el vidrio requemado
hasta que refleja la redondez del cielo,
el universo que se pierde
más allá de donde alcanza el pensamiento,
nómade inquieto en el espacio infinito.

Una bala de cañón de hace doscientos años
aún silba su canción fatal
al pasar volando.
Estoy sentado en la cubierta de un barco
cuya historia ha sido reducida,
de la firma de tratados importantes
al viaje de comunes y corrientes.

Miro fijamente el mar, un mapa
detrás del cual se ha ido acumulando
un fértil polvo
que mi pensamiento surca
lentamente como una proa.
Y el azul Pacífico
devuelve la mirada, acaso incrédulo
del cerco horizontal
que es el trasfondo de mis ojos.
Siento un suave movimiento
adormeciendo mis pasiones
sin alterar la vista,
la configuración imprecisa
de calladas, exuberantes, misteriosas islas
que navegan a mi lado.

Todo se hace con espejos, se me ha dicho,
salvo que Caín y Abel...
Nuestras palabras son como el azogue
de las estratagemas.
Borges, ¿está usted por allí también,
como en esa otra densa y nítida Babel?



DIONICIO MORALES




Las piedras silvestres

A Héctor Azar



1


Las piedras silvestres nunca duermen
                                                        sueñan
en la inmortalidad de los seres y las cosas
                                                               amadas

Guardan en su interior
                              el gran peso del mundo
Arrastran la vida petrificada en sus entrañas
Nadie sabe que son lisas y suaves por dentro
Respiran saudades
                             Ensueñan
desde su anónima serenidad romanzas lustrales


2


Las piedras silvestres
                                aman el orden secreto de la tierra
su vaho guardián
                        sofoco ideal para reproducirse
Aman la lluvia religiosa
                                    puntual
y
   su
       larga
                caída
en algodones diminutos que limpian
                                                         sus duras escamas
velámenes grises en que navegan
                                                  de un sitio a otro

Las piedras silvestres aman el sol irreverente
                                                                   seductor
a la hora del fuego
                            sobre su deformada redondez
Aman los días de campo espontáneos
                                                        lujuriosos
a los amantes sorprendidos
                                         en su plácido abrigo
gozosos
            sordos a las miradas ajenas.


3


Las piedras silvestres son mudas
                                                 El tiempo es su lenguaje
secreto
           detenido en la sólida armazón de su piel
Son sabias
                Guiñan un ojo al infinito
y la eternidad esconde en la llanada 
                                                      su memorioso canto

No recuerdan ni olvidan
                                    Su memoria
resguarda los instantes primitivos
                                                  remotos
en imágenes selladas


4


Las piedras silvestres aman al mar
                                                    a sus golpes feroces
que tasajean su rostro
                                Aman la sal
                                                  el dolor cicatrizado
que endurece su cuerpo sensitivo
                                                  en una vieja escollera
Aman al mar de lejos
                                Lo añoran en los negros
                                          silencios nocturnos
o en los claros fragores del día
                                               En la cúspide escalera
                                                      del sol
o en las profundidades del infierno


5


Cuando se rompen
                            se quiebran
                                              se deshacen
                                                                  en partículas
las piedras silvestres nunca mueren
                                                      Tejen su telaraña
                                                              de luz
alcanzan la perfección en la otra vida
                                                     —que es la misma—
renuevan su mansedumbre
                                        y se aparean
                                                           crecen
                                                                   se perpetúan.

De: Las estaciones rotas



FRANCISCO CERVANTES




Digamos a una sola voz



Todas las tardes me visita, pues
conoce mi debilidad por ella, mi
viejo y dulce vicio por su presen-
cia melosa. Llega, se instala des-
cansa un poco, se acomoda y des-
pués inicia su lento recorrido por
todas las instancias de mi memoria.
Desde su primera visita conoce la
plaza, el plazo, la consigna que le
indicará que no podrá volver, que
ha tocado mis límites. Ahora es pre-
ciso que la deje transitar libremen-
te interrúmpome y le digo, casi en                      
silencio: Bienvenida, Saudade mía,
bienvenida, aunque lo que recuerdas no
fuera como lo repites, bienvenida seas. 


De: Esta sustancia amarga (1973)



RAÚL RENAN




Felis Catutus



Permítaseme hablar de mi gato
antes que la rutina ecológica
lo extinga.
Es negro apanterado.
Se interna en la noche para llenar
los espacios de luz impertinentes
al sueño humano.
Camina entre sí y no
en el alambre curvo del silencio.
Ronronea a cambio de los mimos
que adiestro sobre su lomo.
Sube a la cómoda de la cama
para mirar mejor desde mis pesadillas.
(Debe erizar su espalda horrorizado).
Se encuclilla ante un plato para gruñir al día
se lo come con tripas, huesos y todo.
A veces lo atrapa en el vuelo
y hace de sus plumas un edredón sutil.
Corcovea enredando mis pasos con sus gracias
y yo caigo a sus devaneos con un manjar
en forma de alas de ratón.
Cuando reposa y me siente pasar
entorna lo amarillo de los ojos,
como guiña el escote una mujer.
Duerme arrebujado en su borla negra
con la cruz rosa de su hocico hacia arriba
para espantar la malignidad ambulante.
Discreto mira desde abajo el tráfago de casa:
los tropiezos y los sigilos.
Llegada la noche sale a pringar los muros
con los llantos previos
por el amor que vendrá.
Después regresa sin tacha de ruido
tal cual camina detrás de la sombra
a la que plantará susto de órdago.
En la libreta de los visitantes
de este mundo, quedará inscrito.
(Felis Catus. Mamífero, carnívoro, de la familia de los Félidos.)
                                            ( )


De: Parentescos (2003)



FÁTIMA VÉLEZ




Ceguera del presente



I

Unos ojos cerrados por el dolor
lo han estado mirando
Duerme como no duermen los hombres
en su sueño
la respiración es un río suelto
lejos del cuerpo

en su cuerpo
es la quietud del que ha caído
recuperándose desde la sombra


II

La piel debe callar ahora
como si fuera nunca
la mirada se desliza
agua estancada
interrumpida por el vuelo de un pájaro


III

Mira ahora
hay encuentros indicándonos la fortaleza de lo invisible
de mis ojos que se atascan
de mis ganas de no levantarme
de no sentir el calor
ni el frío ciudad
ni el frío alma


IV

Este aquí
donde se detiene el movimiento de la tierra
antes fue cuerpo de lo que huía hacia nosotros
los de pequeñas manos
los que apenas conteníamos en nuestros labios
las primeras sílabas de la contemplación


Poemas del libro inédito: Orillas




ALÍ CALDERÓN

  

Régle sommaire et génerale: en amour gardez-vous de la
lune et des etoiles, gardez-vous de la Venus de Milo.
Charles Baudelaire




CUANDO CHARLES BAUDELAIRE
leyó los versos de Villon el viejo
habría levantado la mirada,
dirigido certeros venablos pupilares
a las puertas dulces de la Librairie Nouvelle
del igualmente dulce y decadente Boulevard des Italiennes;
allí encontraría, sin duda alguna,
antimodernos paisajes lunares,
litografías de estrellas magníficas
y ese mármol de Milo
del que invariable se guardaba tanto.
Era ella que al modo de un ejército triunfante
cruzaba por el vano
coronada en guirnaldas:
                                    la magnificencia de Jeanne Duval.


Sin embargo, Karla, te aseguro
que al regresar Baudelaire a su alcoba
del Hotel Pimodan
magnético por la convulsión de la belleza
no sintió por ella ni la centésima parte
de lo que hoy estoy sintiendo por ti.


lunes, 27 de junio de 2016


JAVIER SALVAGO




Poética



Amar por el placer de amar,
pero no sólo.
Zambullirse en la vida
no sólo por el gusto de gozarla.
Probar todos los frutos
para saber qué ocultan y a qué saben.
Comer para rumiar.
Vivir para contarlo.


LEÓN FELIPE




¡Qué pena!



¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas
y siempre se repitieran
los mismos pueblos, la mismas ventas
los mismos rebaños, las mismas recuas!

¡Qué pena si esta vida tuviera
—esta vida nuestra—
mil años de existencia!
¿Quién la haría hasta el fin llevadera?
¿Quién la soportaría toda sin protesta?
¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
y los mismos farsantes, las mismas sectas
¡y los mismos, los mismos poetas!

¡Qué pena,
que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!



ÓSCAR HAHN



  
Cafiche de la muerte



Cómo carne de cóndores hirvientes
o de tordos quemados como cresta
del rojo al negro se cambió la fiesta
y en silencio se fueron los clientes.
Se nos vació no más todo el prostíbulo
se vaciaron las camas y los bares
y todas las que estábamos de a pares
sollozamos de a una en el vestíbulo.
Por el pasillo viene la señora
siempre tan maternal siempre a la hora
con su taza de té y un trago fuerte.
Para qué te moriste desgraciado.
Mira mi pobre cuarto desolado
tipo traidor: cafiche de la muerte.



JESÚS MUNÁRRIZ




En un arranque de moral...



en un arranque de moral,
se suprimieron por decreto
los prostíbulos del país.
y desde entonces no tenemos putas.

"Cuarentena" 1977


ESTHER GIMÉNEZ



  

Hallar al fin



Mirarte a ti a los ojos más atenta.
Perderse en línea recta en la que busco.
Sólo encontrar la puerta tras la puerta,
espejo en el espejo más minúsculo.

El Aire, el Agua, el Fuego, solo estrella.
El Big Bang de moléculas del Mundo.
Responderse "verdad " por si se acierta
y no acertar. Volverse a un mismo punto.

Leerte a ti en los ojos un poema.
Buscarte donde estás, cavar la justo,
descifrar los estratos de La Tierra
y no acertar. Volverse eterno alumno.

Azar. Hallar al fin. Mirarte dentro:
certeza de que no hay Quinto Elemento.


ANA CAROLINA QUIÑONEZ SALPIETRO



  
Prótesis



Dentro un animal
no sobra espacio

Estás solo

Alimentándote

Viendo ciudades
desiertas desde sus ojos




domingo, 26 de junio de 2016


ALFONSO REYES




Esta Necesidad



Esta necesidad de sacrificio,
que me hace vivir como muriendo,
me subleva de modo que no entiendo
cómo me tiene amor a su servicio.

Quédate, amor y váyase el suplicio
inútil que me tiene padeciendo:
si el alma claro me lo está diciendo,
que amar amor es amar sacrificio!

Cuánto exiges, amor, ay cuánto exiges!
Y cómo en tus oscuros arrebatos
disfrutas, alma, cuanto más te afliges!

Y qué bien miro lo que voy perdiendo!
Y qué bien miro que son insensatos
los que quieren vivir como muriendo!.


"Esta Necesidad" Monterrey 1909.




ELA CUAVAS



  
Balada de la deseada muerte



La muerte seduce el hilo de sangre
que asoma por mi frente.
Atravieso  el patio florecido de jazmines,
aprendí a encogerme y a estirarme
como el gusano por entre los laureles.
Reducida a hoja sobrevuelo la noche
y junto a los pájaros muertos
me desgarro en el follaje.
Triste por no encontrar
suficiente tierra para mis huesos,
vuelvo a entonar esta canción,
como la última canción que cantan
los marineros en la alta noche.