Una mujer de piernas atadas
Una
mujer de piernas atadas
A las
normas de los justos y necesarios.
Presa
de los brotes que en las miradas
Desgarran
la piedad impía del perdón.
Una
sombra de noche impaciente,
Que no
se ve reflejada
Y a la
que nadie mira,
Acusadora,
indiferente, cansada.
Una
gota impura de lluvia,
Que
busca más allá de tu cintura,
A veces
lágrima,
A veces
esputo.
Estéril
de la felicidad dulce
Que
todos persiguen.
Aparente
mujer bien,
Protegida
en sus paredes.
Acosada
por los silencios amargos
De los
muertos cerebrales que
Extraños
me repiten:
“Esto no está bien”.
Sin
hijos, sin deseos,
Sin
planteamientos de existencia.
Egoísta
y angustiada,
Que con
las manos atrapa
Los esfuerzos
de las moscas que
Se
cuelan por la ventana en forma de luz.
Hermosa
vieja de ojeras pronunciadas,
Noticia
del día a día.
Cada
cual con sus mierdas,
Y
parando los hechos de las ruinas
En los
rostros desmaquillados.
Derramando
manchas rojas, por las piernas,
Expuestas
al mercado de los fieles,
Los
justos, los necesarios.
Escribe
entre recuerdos y anhelos,
Empujando
a los muertos a su fin
Con la
sospecha de la vida
Atada a
su espalda.
A veces
imaginación, esperanza, vida
Hecha
polvo (del polvo vienes,
A él
volverás) y destierro.
Una
mujer que huye,
A veces
macho oprimido
Por dos
pequeños pechos.
Unión
desplazada por mi espalda,
Cuando
tus manos se posan en ella.
Ya no
tengo idioma, ni hogar,
Ni sé
gritar, ni me golpeo
La edad
de las preguntas
Con
aplausos de estupefacientes.
Borrón
y cuenta nueva,
Hasta
que las flores renazcan
En su
otoño,
En el
miedo de perder
De su
inocencia la cordura.
Yo,
extiendo los dedos hacia tu cara,
Y mi
cuerpo se exprime bajo los tuyos.
Las
flechas de las gracias
Que
proyectan los besos de la luna
Van a
la par con el destino doblado
Que nos
mece.
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