sábado, 23 de septiembre de 2017

MARTA GARCÊS



  
Una mujer de piernas atadas



Una mujer de piernas atadas
A las normas de los justos y necesarios.
Presa de los brotes que en las miradas
Desgarran la piedad impía del perdón.
Una sombra de noche impaciente,
Que no se ve reflejada
Y a la que nadie mira,
Acusadora, indiferente, cansada.

Una gota impura de lluvia,
Que busca más allá de tu cintura,
A veces lágrima,
A veces esputo.
Estéril de la felicidad dulce
Que todos persiguen.
Aparente mujer bien,
Protegida en sus paredes.
Acosada por los silencios amargos
De los muertos cerebrales que
Extraños me repiten:
“Esto no está bien”.

Sin hijos, sin deseos,
Sin planteamientos de existencia.
Egoísta y angustiada,
Que con las manos atrapa
Los esfuerzos de las moscas que
Se cuelan por la ventana en forma de luz.

Hermosa vieja de ojeras pronunciadas,
Noticia del día a día.
Cada cual con sus mierdas,
Y parando los hechos de las ruinas
En los rostros desmaquillados.

Derramando manchas rojas, por las piernas,
Expuestas al mercado de los fieles,
Los justos, los necesarios.

Escribe entre recuerdos y anhelos,
Empujando a los muertos a su fin
Con la sospecha de la vida
Atada a su espalda.

A veces imaginación, esperanza, vida
Hecha polvo (del polvo vienes,
A él volverás) y destierro.

Una mujer que huye,
A veces macho oprimido
Por dos pequeños pechos.

Unión desplazada por mi espalda,
Cuando tus manos se posan en ella.
Ya no tengo idioma, ni hogar,
Ni sé gritar, ni me golpeo
La edad de las preguntas
Con aplausos de estupefacientes.

Borrón y cuenta nueva,
Hasta que las flores renazcan
En su otoño,
En el miedo de perder
De su inocencia la cordura.

Yo, extiendo los dedos hacia tu cara,
Y mi cuerpo se exprime bajo los tuyos.
Las flechas de las gracias
Que proyectan los besos de la luna
Van a la par con el destino doblado
Que nos mece.



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