Quizá el fervor
Desconoces
el miedo. Eres valiente
de una forma crucial, definitiva.
Lo sé por experiencia: si la noche
impone su doctrina de silencio y
de súbito, en un acceso de amargura,
mis dudas se detonan en un ímpetu
de palabras feroces, tú, en lugar
de admitir un temblor, vas y compones
una clara sonrisa para luego
proponerme en voz muy baja, candorosa,
armar una canción, pulir un verso,
salir a pasear por las dormidas
orillas de Poniente o San Lorenzo.
de una forma crucial, definitiva.
Lo sé por experiencia: si la noche
impone su doctrina de silencio y
de súbito, en un acceso de amargura,
mis dudas se detonan en un ímpetu
de palabras feroces, tú, en lugar
de admitir un temblor, vas y compones
una clara sonrisa para luego
proponerme en voz muy baja, candorosa,
armar una canción, pulir un verso,
salir a pasear por las dormidas
orillas de Poniente o San Lorenzo.
No
conoces el miedo. Has aprendido
–no sé cómo decirlo– a confundirte
con una grácil y desnuda primavera.
–no sé cómo decirlo– a confundirte
con una grácil y desnuda primavera.
Apiádate
de mí, entonces, o al menos
desentierra el secreto de tu fuerza.
De mí, que no conozco
más que el don abyecto de la fragilidad
y el lujo avaro de la cobardía.
desentierra el secreto de tu fuerza.
De mí, que no conozco
más que el don abyecto de la fragilidad
y el lujo avaro de la cobardía.
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