jueves, 30 de noviembre de 2017

CARLOS ORTIZ ZÚÑIGA




Sobre Acalayam



Las murallas no permiten el paso,
sólo el leve rumor de las balas,
afilado el involuntario anzuelo vulnerable.
En los once días Acalayam naufraga en el caos,
sus habitantes simplemente saben del fuego,
de escombros en la madrugada.


En cada segundo aprenden
sobre las plegarias inscriptas en los muros,
los ejercicios de la piedra.
Su fe es un libro compacto
de repetidas imágenes montadas por el miedo.
En sus calles pasan las horas
-trenes sin retorno.

Acalayam está situada entre cascajos
de acero y metal retorcido,
bajo la anónima piel del reptil,
sepultada entre los hilos del aire y el humo.

  
No es posible esta ciudad sin el odio,
el temor de la muerte,
no se entiende sin la angustia y la nostalgia
de los que imaginan encontrar frente al espejo
el rostro de su asesino.

Acalayam es el ensayo del dolor,
la infinitud del vacío,
una la brisa oscura,
una abeja campaneando bajo la lengua.

La memoria se queda aprensada
remueve las piedras,
cada bulto entre las cenizas es un recuerdo.

El luto no da para más.
Adentro se enfrentan las causas,
efímeros aviones partiendo
como pájaros ciegos.
En alguna parte alguien gira
la cabeza para mirar al cielo.
El miedo se agazapa, se olvida:
hoy es una de esas tardes inútiles.



No hay comentarios:

Publicar un comentario