Sobre Acalayam
Las
murallas no permiten el paso,
sólo el
leve rumor de las balas,
afilado
el involuntario anzuelo vulnerable.
En los
once días Acalayam naufraga en el caos,
sus
habitantes simplemente saben del fuego,
de
escombros en la madrugada.
En cada
segundo aprenden
sobre
las plegarias inscriptas en los muros,
los
ejercicios de la piedra.
Su fe
es un libro compacto
de
repetidas imágenes montadas por el miedo.
En sus
calles pasan las horas
-trenes
sin retorno.
Acalayam
está situada entre cascajos
de
acero y metal retorcido,
bajo la
anónima piel del reptil,
sepultada
entre los hilos del aire y el humo.
No es
posible esta ciudad sin el odio,
el
temor de la muerte,
no se
entiende sin la angustia y la nostalgia
de los
que imaginan encontrar frente al espejo
el
rostro de su asesino.
Acalayam
es el ensayo del dolor,
la
infinitud del vacío,
una la
brisa oscura,
una
abeja campaneando bajo la lengua.
La
memoria se queda aprensada
remueve
las piedras,
cada
bulto entre las cenizas es un recuerdo.
El luto
no da para más.
Adentro
se enfrentan las causas,
efímeros
aviones partiendo
como
pájaros ciegos.
En
alguna parte alguien gira
la
cabeza para mirar al cielo.
El
miedo se agazapa, se olvida:
hoy es
una de esas tardes inútiles.
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