jueves, 9 de noviembre de 2017

MARCO ANTONIO MURILLO




Alfabeto de pájaros

(Terredad) Nombrar la condición tan extraña del hombre en la tierra, de saberse aquí entre dos nadas, la que nos precede y la que nos sigue.
Rafael Cadenas




Los niños juegan con pájaros
los sacan de sus jaulas
amarran un hilo casi invisible en sus patas
y los devuelven al viento.

Entre risas
la felicidad es una imagen
donde el cielo coincide con la tierra
y sólo existe el mirar.

Entre risas
los pájaros buscan
cumplir su misión de semilla migratoria
pero no saben que el círculo
trazado de plumas y enigmas
no vence la mirada de los niños.

En secreto cada pájaro
representa una casa entregada al aire
un deseo por levantarse más allá
de este arte de dibujar poemas
con hilos y alas en el calor de junio.

Por la noche cada pájaro vuelve a su jaula
y cada hilo de la vida es devuelto
cautelosamente
a la madre
para que lo zurza u olvide
en la camisa que vestiremos mañana.

Si el hilo se rompiera
tal vez perdieran para siempre
su ritual de todos los días
su ocarina circular de cielo y de tierra.

Si pasara, en ese instante
en que el vínculo se rompiera
y sólo quede el vuelo, la mirada perdida
y por fin no exista la distancia

en ese instante
serían un poco más felices:

escucha el canto entre dos umbrales: uno ávido, de aves lejanas, extiendes la mano, su alfabeto es inasible. El otro, más cercano al sueño de tus pies, está lleno de pesadas aves, sus plumas han encontrado en la tierra un pequeño rincón de pereza. Yo prefiero imaginar la quietud de estas al vuelo de aquellas otras. Su canto es el sonido de las cosas que hunden sus alas en la tierra. El canto del cuerpo apenas toca el aire, aletea, y dibuja contra la arena la pesadez de las sombras o la levedad de la luz

amodorrados bajo una palma o en su nido de tierra, los pájaros anteceden a las islas, pero suceden a los cúmulos que se alzan sobre el mar. Hoy sé que algunas aves pueden escuchar las raíces de una larga caída y atisbar vocales interiores, extrañas, incluso para mi sangre

la terredad de un pájaro es su canto, no: su canto es el sonido, la parte invisible de nuestra terredad. Cuando pienso en un ave, pienso en una balanza entre la bravura del aire y lo manso y maternal de la arcilla. Los pájaros sueñan con el tiempo, con la duración que transcurre y con la que se queda. Reúnen en sus alas el reloj de sol y la vela marítima

el alfabeto de un pájaro no es sólo de tierra. Algunos han abandonado el aire y se han sumergido en el agua. El mar en junio es un acuario de aves. Al amanecer escucha en la algarabía de los muelles nuevos umbrales sumergidos; escucha, porque nada en la tierra, nada que sea boca u oído es ajeno al canto

alguna vez dije: “Los peces no sueñan, son los seres más profundos del alma nadie puede tocarlos”. Pero leí sobre los pájaros de agua, y supe que para estas aves levantar el vuelo es trazar rápidas siluetas en la lentitud, ir dejando las ondulaciones de un alfabeto de aire en la resistencia de las olas. Los pájaros entran y salen del agua como una adivinanza

algún día preguntarás por cualquier ave, y sabrás que nunca dijiste lo que en tu lenguaje querías nombrar. Pero lo escuchaste todo: Los pájaros usan los oídos del hombre para comunicarse entre sí en un lenguaje transparente y sin palabras

el cuerpo de un pájaro es su propio canto: al respirar son una gaita y cuando sueltan el silbido adelgazan como un flautín. Otros son libres en la mañana como un cilindro musical y al atardecer se encierran en un arpa. Me gustan aquellos cuyas consonantes son un monocorde. Así puedo escuchar con prudencia e interpretar las pausas que va dejando mi vida

pájaros. Los he visto extender las alas anchurosas. Los he visto abrirse más que el canto del gallo que despierta al pueblo, o las aves migratorias que miran en cada ciudad iluminada sus propias constelaciones. Pájaros. Abren sus alas y son más anchas y pesan más que mi canto




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