Alfabeto de pájaros
(Terredad) Nombrar la
condición tan extraña del hombre en la tierra, de saberse aquí entre dos nadas,
la que nos precede y la que nos sigue.
Rafael Cadenas
Los
niños juegan con pájaros
los
sacan de sus jaulas
amarran
un hilo casi invisible en sus patas
y los
devuelven al viento.
Entre
risas
la
felicidad es una imagen
donde
el cielo coincide con la tierra
y sólo
existe el mirar.
Entre
risas
los
pájaros buscan
cumplir
su misión de semilla migratoria
pero no
saben que el círculo
trazado
de plumas y enigmas
no
vence la mirada de los niños.
En
secreto cada pájaro
representa
una casa entregada al aire
un
deseo por levantarse más allá
de este
arte de dibujar poemas
con
hilos y alas en el calor de junio.
Por la
noche cada pájaro vuelve a su jaula
y cada
hilo de la vida es devuelto
cautelosamente
a la
madre
para
que lo zurza u olvide
en la
camisa que vestiremos mañana.
Si el
hilo se rompiera
tal vez
perdieran para siempre
su
ritual de todos los días
su
ocarina circular de cielo y de tierra.
Si
pasara, en ese instante
en que
el vínculo se rompiera
y sólo
quede el vuelo, la mirada perdida
y por
fin no exista la distancia
en ese
instante
serían
un poco más felices:
escucha
el canto entre dos umbrales: uno ávido, de aves lejanas, extiendes la mano, su
alfabeto es inasible. El otro, más cercano al sueño de tus pies, está lleno de
pesadas aves, sus plumas han encontrado en la tierra un pequeño rincón de
pereza. Yo prefiero imaginar la quietud de estas al vuelo de aquellas otras. Su
canto es el sonido de las cosas que hunden sus alas en la tierra. El canto del
cuerpo apenas toca el aire, aletea, y dibuja contra la arena la pesadez de las
sombras o la levedad de la luz
amodorrados
bajo una palma o en su nido de tierra, los pájaros anteceden a las islas, pero
suceden a los cúmulos que se alzan sobre el mar. Hoy sé que algunas aves pueden
escuchar las raíces de una larga caída y atisbar vocales interiores, extrañas,
incluso para mi sangre
la
terredad de un pájaro es su canto, no: su canto es el sonido, la parte
invisible de nuestra terredad. Cuando pienso en un ave, pienso en una balanza
entre la bravura del aire y lo manso y maternal de la arcilla. Los pájaros
sueñan con el tiempo, con la duración que transcurre y con la que se queda.
Reúnen en sus alas el reloj de sol y la vela marítima
el
alfabeto de un pájaro no es sólo de tierra. Algunos han abandonado el aire y se
han sumergido en el agua. El mar en junio es un acuario de aves. Al amanecer
escucha en la algarabía de los muelles nuevos umbrales sumergidos; escucha,
porque nada en la tierra, nada que sea boca u oído es ajeno al canto
alguna
vez dije: “Los peces no sueñan, son los seres más profundos del alma nadie
puede tocarlos”. Pero leí sobre los pájaros de agua, y supe que para estas aves
levantar el vuelo es trazar rápidas siluetas en la lentitud, ir dejando las
ondulaciones de un alfabeto de aire en la resistencia de las olas. Los pájaros
entran y salen del agua como una adivinanza
algún
día preguntarás por cualquier ave, y sabrás que nunca dijiste lo que en tu
lenguaje querías nombrar. Pero lo escuchaste todo: Los pájaros usan los oídos
del hombre para comunicarse entre sí en un lenguaje transparente y sin palabras
el
cuerpo de un pájaro es su propio canto: al respirar son una gaita y cuando
sueltan el silbido adelgazan como un flautín. Otros son libres en la mañana
como un cilindro musical y al atardecer se encierran en un arpa. Me gustan
aquellos cuyas consonantes son un monocorde. Así puedo escuchar con prudencia e
interpretar las pausas que va dejando mi vida
pájaros.
Los he visto extender las alas anchurosas. Los he visto abrirse más que el
canto del gallo que despierta al pueblo, o las aves migratorias que miran en
cada ciudad iluminada sus propias constelaciones. Pájaros. Abren sus alas y son
más anchas y pesan más que mi canto
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