jueves, 9 de noviembre de 2017

DOUGLAS TÉLLEZ




Aquel verano del 91



El hermoso pargo rojo me miraba con los ojos donde
se perpetuó la muerte.
Yacía fresco sobre la piedra manchada de sangre.
Madre, se afanaba quitándole doradas escamas, abriéndole
tajos diagonales en los costados, embarrándolo de sal, tendiéndolo
al sol, donde no lo alcanzaran los voraces pájaros o los gatos
marrulleros. Llovía  oscura arena y hedía a azufre.
Madre freía aquel hermoso pescado, hecho en trozos,
que saciaran la gula de toda su prole.
Llovía oscura arena y hedía a azufre.
Era un día de abril, sentados todos en torno a la mesa,
madre, repartía raciones de pescado, arroz y ensalada.
Yo regresaba de una guerra que nunca tuve.
Era abril, cumplía veinte años.
Madre, se jactaba de su sazó.
Gatos y perros a colmillo y garra se disputaban escamas y espinas
Yo regresaba y nuestro hermano partía a un lejano
país donde nunca llueve oscura arena, ni hiede a azufre.
Madre, sonreía, tras aquella máscara escondía una pena.
Aún la esconde entre su pecho de plumas.




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