Aquel verano del 91
El
hermoso pargo rojo me miraba con los ojos donde
se
perpetuó la muerte.
Yacía
fresco sobre la piedra manchada de sangre.
Madre,
se afanaba quitándole doradas escamas, abriéndole
tajos
diagonales en los costados, embarrándolo de sal, tendiéndolo
al sol,
donde no lo alcanzaran los voraces pájaros o los gatos
marrulleros.
Llovía oscura arena y hedía a azufre.
Madre
freía aquel hermoso pescado, hecho en trozos,
que
saciaran la gula de toda su prole.
Llovía
oscura arena y hedía a azufre.
Era un
día de abril, sentados todos en torno a la mesa,
madre,
repartía raciones de pescado, arroz y ensalada.
Yo
regresaba de una guerra que nunca tuve.
Era
abril, cumplía veinte años.
Madre,
se jactaba de su sazó.
Gatos y
perros a colmillo y garra se disputaban escamas y espinas
Yo
regresaba y nuestro hermano partía a un lejano
país
donde nunca llueve oscura arena, ni hiede a azufre.
Madre,
sonreía, tras aquella máscara escondía una pena.
Aún la
esconde entre su pecho de plumas.
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