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Mi abuelo se sentaba en la misma banca del
parque. Su mirada buscaba los restos del sol en el ocaso. Paciente, desmoronaba
pan para echarlo a las palomas que de inmediato se congregaban a su alrededor.
A veces, alguna permitía que le acariciase las plumas. Aterrizaban con ligereza
pero batían las alas ruidosas hacia el campanario donde se acurrucaban.
Después
vendría el silencio.
De: “Anamnesis”
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