Las
iglesias de esta ciudad
ya
no son santas.
Dios
se mudó de ellas
hace
tanto
que
todos olvidaron ya
su
aroma.
En
las paredes
muerte:
imágenes de milagros que no sucedieron.
Sus
portones,
ahora
que no guardan oro ni vino,
siempre
están abiertos.
De
vez en vez,
algunos
van a morir sobre sus bancas.
Se
sientan y esperan.
Saben
que no vendrá nadie.
No
habrá latigazos.
De: “Las cosas que no
sucedieron”
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