El acusado
Yo,
que
he sido cruel, tierno, torpe,
lúcido
y
alguna
vez
en
ojos de un amigo que amé y
luego
olvidé en una taberna: poeta,
deambulo
borracho
y desnudo a medianoche. Por ciegas
y
gimientes salas
tropiezo
con vagos hombres vestidos de enfermero
y
algo sufre
algo
se lamenta interminable
cuando
la noche cae
y
me da a beber
su
sombra y su veneno. ¿Quién está aquí?
¿Quién
está aquí? Algo pasa,
una
bandeja donde flota un algodón, un niño y
un
guante muerto
pasa.
Y mientras busco una salida,
entre
los dedos del médico, desesperadas
laten
todavía unas vísceras antes de caer
en
las fauces del perro. ¿Estás acaso por aquí
Carlota,
mi hermana? ¿Dime?
¡Por
Dios,
ya
es tiempo de que paren esta lluvia!
¿Cómo
saber
si
eso que me lastima desde la niebla roja
es
la realidad
y
esta agua y esta sangre y este dolor
solamente
frutos de mi repodrida cabeza?
Cómo
saber
si
todo está empapado. Y desnudo,
no
hay lugar para un fósforo, peor
para
el resplandor de un ángel
o
de un rayo
señalándome
la tiniebla exacta
donde
habito. Porque entonces,
en
su definitiva luz
yo
vería la soga que espera
y
sabría por fin,
quién
es el acusado y
quién
acusa.
Pero
no os desesperéis
mis
buenos hijos de cura párroco, ya tendréis
tiempo
para
todos mis traumas
servidos
en una mesa. Juro
que
los legaré a la posteridad
como
aquel magnánimo que legó el riñón, o su testículo derecho.
Por
ahora,
tiradme
una manta, una ironía
con
su corrosión amable dentro del pecho,
que
ya no aguanto con este frío,
con
esta culpa.
De: “Anatomía del Vacío”
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