Exhumación
Barro
el nido de los espantos
con
el plumero de la bruja;
saltan,
retozan y vagan los trinos
nocturnos
en los álamos del lago.
El
corifeo de las grullas, no,
digo,
el adalid de las lobas
muerde
el grito en la cima;
allá,
más acá de las providencias,
vates
y clérigos formulan
el
grimorio de la edad cósmica.
Sacudo
el pánico,
limpio
el polvo de la casona
al
ocaso de tres vírgenes hadas;
la
torre de los magos testifica
de
la sombra vecina,
la
luz que bajo tierra chupa el hueso.
Las
órdenes mueven los astros,
los
dioses caen en forma de piedra
de
rodillas suspiran la penumbra.
Otra
vez el grito, un hallazgo
en
la piel de las monjas,
de
la cruz hay calor de sangre,
olor
de agua, salitre, a subterráneo
de
flor ensucia los ojos, las manos,
y
el desamor de dios en sus hocicos.
El
universo o la escritura,
el
orden o la luz
da
pareja muerte en el patio
de
cualquier templo,
en
esa piedra la fe incendia,
quema
la carne, y el sacramento
por
la vida se inhuma
al
lavarse los párpados
al
nevarse los ojos.
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