martes, 21 de enero de 2020

MARISA MARTÍNEZ PÉRSICO





Expedición doméstica



Son las siete en Reichsgau
y en otro punto equidistante
del planeta.          

(Cuando iba a la escuela me gustaba
abrazar el planisferio y calcular
la simetría de los
husos. Siempre supe
                        que Japón era el revés de Buenos Aires.)

A la tarde me arrojo a la humedad
de la bruma y acaricio
el crepúsculo violeta.
Mi cuota de orfandad se debilita
si recorro las calles
de Carintia.

       Ni siquiera me aleja un hemisferio  
       del espacio que tu cuerpo ocupa.

Pero anoche llovió y
cómo extrañé tus pasteles de membrillo,
el fragor de la cuchara contra
el plato, tu puñado de bucles.
Pinceladas reflejas
de sentirte en casa.

Acá se ve la auriga
y en los bares se respira olor a Maxim´s.
Es molesto adecuarse a otra rutina.
Nunca acaba por ser del todo tuya
y la nostalgia persiste.

El té de enebro
tus cruces y estampitas
enredar palabras por hablar de golpe
la manera de hacer
un dobladillo.

Golpean a la puerta. Me levanto
a abrirte. Dejo paso a tu inercia
y apoyás dos bolsas
en el piso.

                ¿Qué te pasa?

Te miro como si te desconociera,
como si un terremoto nos hubiera

partido, y por la puerta entreabierta
florecen las clemátides.

                                   Nada. Qué bueno que viniste.


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