sábado, 8 de febrero de 2020

INGRID BRINGAS





La sonrisa de Emily Dickinson



Todas las mañanas a las siete y media
preparaba la mermelada sobre el mantelito blanco
el hambre, el corazón pide placer primero
– con la convicción de encontrar el amor
en una criatura olvidada.

El amor como único secreto
el amor como un lugar donde se bebe el rocío del otro
una cama, una mesa, un pan
potentes caballos negros
inmaculados lugares públicos donde la gente se ama
el ritual de la risa sobre la tarde del tedio
casi invisible
para un par de rostros grises y duplicados
besar pronto la luz de la sonrisa
que entra por la ventana y suaviza los bollos duros
qué solitarias se sienten las ciudades tan llenas de gente.

La sonrisa como carne fragmentada
en su dedo la sortija de ágata
la cicatriz blanca
¿me atreveré a comerme la mermelada?
A reír hasta ahogarnos.



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