La asesina
Ella
lanzaba
pequeñas piedras a su pecho
por ver cómo sonaba,
y si los cristales estallaban
gracias al impacto
Él
hubiera preferido que recostara
el oído a su garganta
Habría sentido el mar
y cierta bulla de pájaros
que inauguran el sol
Ella
entonces lanzó
guijarros, abrojos
y otras calamidades del camino
El empeño era desecar su alma
Pero la sangre huía en ondas infinitas,
y por una vez más él pudo alzarse
Finalmente
descargó una peña
con toda la fuerza de su odio
El sintió que ahora algo se quebraba,
que no habría más domingos,
ni canciones, ni pan sereno,
ni fotos a la orilla del mar,
ni una mano en la noche
buscando la carne querida
Y
así no pudo más con tanto peso
Y se puso a morir
con la dignidad
de quien se va lleno de asombros,
intacta la inocencia,
extinguidas las ansias
de volver a empezar
No hay comentarios:
Publicar un comentario