Tu
quoque
César
en los bosques nórdicos, en invierno.
Duerme poco, no come nada;
si no pelea, escribe. La palabra se
afila como un arma. Como arma
es infalible. Cesare sabe
que será el amo del mundo,
pero ahora está solo,
en el bosque nevado. Los guardias
duermen, el fuego
se apaga en pequeñas lenguas
rojas y amarillas. Cesare
no tiene remordimientos,
no se arrepiente,
no tiene miedo. Pero en Roma,
en las tranquilas habitaciones
de una casa patricia,
donde se congregan
todos los remordimientos,
todos los lamentos,
todos los miedos,
allí donde el líder no dirige
ningún pensamiento,
allí se afila una daga.
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