Umbra Vitae
Adelante
se inclinan los hombres por las calles,
contemplando
los signos de los cielos,
en
donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes
se deslizan en torno de las torres.
Los
astrólogos llenan los tejados
y
clavan en el cielo largos tubos,
y
hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos,
a oscuras, conjurando los astros.
Los
suicidas andan en grandes hordas
buscando
entre la noche su existencia perdida,
encorvados
sobre los puntos cardinales,
barriendo
el polvo con escobas como brazos pobres.
Polvo
que apenas dura,
perdiendo
en el camino sus cabellos,
brincan,
aprisa mueren
y
yacen en el campo con la cabeza rota,
pataleando,
a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor
transitan ciegamente y les clavan
los
cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo
salvias y espinos.
Pero
los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos
en olas, con aflicción se pudren,
dispersos,
y no hay corriente móvil
y
los patios celestes están todos cerrados.
Los
árboles no cambian estaciones,
eternamente
muertos en su fin
y
abren sus largas manos, sus dedos de madera
por
caminos ruinosos.
Quien
va a morir se sienta para levantarse
y
acaba de decir sus últimas palabras.
Se
desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus
ojos se quiebran como el cristal.
Muchos
son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños
que rozan sobre puertas mudas.
Quien
despierta agobiado por otras madrugadas
debe
quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.
Versión de Ernst Edmund Keil
De: "Tres poetas expresionistas alemanes"
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