sábado, 24 de octubre de 2020

MIHAÏ BENIUC

 

 



De la sombra

 



Un día, por encima de los años, mi cuerpo

abandonará penas, alegrías,

la sed de ser, el sueño y los ensueños,

y despojándome de todo igual que la serpiente

de su vieja piel,

me deslizaré entre la hierba de los grandes silencios

fantasma de sátiro difunto,

y desde la insondable sombra veré la vida,

ella -con mozas gráciles y labios jóvenes,

y yo- con una copa destrozada en la mano.

Mis canciones, sonoras caracolas,

sin mí se quedarán en el ribazo,

amarillas, azules, rojas, blancas,

las finas espirales agudas hacia arriba.

En algunas, quizás,

los cangrejos de blandas espaldas

se acurrucarán

dejando sus tijeras cortadoras afuera,

temiendo a las estrellas de mar.

Otras, sin embargo,

los niños, dando saltos en la arena,

las alzarán al sol, resplandecientes,

y tal vez

sobre una,

alguna niña

apoyará el oído

para escuchar el son profundo de lo eterno,

en tanto que el ardiente ímpetu del futuro,

de una orilla a la otra,

sobre los continentes,

tejerá sus canciones nuevas sobre las ondas.

¡Ay! Y yo no estaré allí

y de los agujeros de mis órbitas

se escurrirán grandes granos de oscuridad.

Pero las caracolas rojas, gualdas, azules,

que los niños harán danzar al sol,

brillarán más hermosas,

y una muchacha encantará su oído

con la sonora caracola

oyendo el porvenir.

 

 

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León

 

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