En el Paseo del Prado
Éramos
cuatro jóvenes poetas
descontentos.
En
este mismo sitio,
bajo
estos mismos álamos,
nos
reuníamos.
Uno
tenía
vocación de médium
y
soñaba con verle aquello a Isis
—su
celestina era
Madame
Blavatsky.
Otro
miraba de manera que
no
se notara
su
ojo
estrábico.
El
tercero no sabía
si
su voz era la de una flauta
náhuatl
o árabe.
Y
el cuarto era yo,
siempre
en otra parte
rezagado
y pendiente
del
ómnibus de medianoche.
Hoy
estamos
más
o menos contentos.
Uno
ya
está muerto,
es
decir,
ya
goza de la desnudez de Isis
—puro
huesito.
Otro
lleva espejuelos calobares.
El
tercero trastea la bandurria
con
gran éxito —hasta canta puntos.
Y
el cuarto soy yo.
Me
he quedado atrás.
En
el mismo lugar
donde
hace quince años nos reuníamos
un
joven poeta
está
leyéndome
sus
versos.
Y
esta vez he perdido
el
ómnibus de medianoche.
(Enero
de 1967)
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