sábado, 3 de julio de 2021

ADA LIMÓN

 

  

 

La luz que ven los vivos

 


Nos hemos parado en Subiaco
    para poner piedra sobre piedra
        en la tumba de otro polígrafo

 

donde cotorreamos, aturdidos
    y mareados del viaje, sobre entierros
        o incineraciones. “Yo no quiero

 

ocupar más espacio,”
    les digo a los chicos, padres los dos,
        quienes, como árboles, se inclinan

 

hacia la tierra. Me imagino
    sus hijas de viejas dejando 
        unas alfajores de bodega,

 

aguardiente, una bellota niquelada, damas
    haciendo picnic en la sombra de un pino
        tan inmóvil como la cascarilla del cuerpo.

 

Sustancias químicas y gusanos, sin duda,
    mas también un lugar donde hacer luto, un arroyo,
        una constelación de la muerte de la que se puede fiar.

 

Estos hombres saben algo
    que yo no. Que alguien les hará luto
        más allá de sus huesos, podrán fiarse de ello,

 

alguien estará allí en la sombra de los pinos
    que se parecen a las rigurosas rejas
        de una jaula generosa.

 

(¿Qué pasará si nadie viene al acantilado
    desde el que la ceniza de mi piel zarpare?
        Ningún familiar en luto, ningún mochilero perdido.)

 

Pero amigos, es hora de almorzar,
    y a ver, ¿acaso no funciona aún mí boca;
       mi apetito, mi lengua viperina?

 

De: The Carrying

 

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