viernes, 2 de julio de 2021

GUSTAVO GARGALLO

 

 

 

Fotografía, 1987

 


Nadie mira ya
las ventanas de esta casa,
nadie se detiene
a contemplar los relojes
creyendo que eso que gira
centrifugado y a la derecha
es el tiempo.
Las sillas y los muebles afónicos
ya no proyectan sombra.
Largos silencios alumbran los pasillos
y en los rincones donde ardía el llanto
hay desamparados insectos
y una tristeza incendiada.
En el centro de la mesa
miran al suelo las flores
y la tarde cansada
de asomarse a los espejos
sigue esperando encontrar algo
bajo el umbral.
Ahí, a la entrada
habitaba un puerto
con el mar detrás de los ojos
como quien salpica de adioses
los barcos sin regreso.
Eso fue esta casa:
una despedida rota
indefensa y triste ruina
desde el principio
último vestigio de ausencias.
Y los minutos caen,
viejos habitantes,
en el vacío de las seis de la tarde.
Tiempo acumulado en las esquinas.
Sólo queda el viento
que vuelve siempre
baja las escaleras
desordena el polvo
rasguña y flota detenido
entre las grietas de los muros,
mapas de ríos muertos.
La soledad de la fotografía en la pared es la soledad de esta casa.

 

 

 

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