Epílogo
α)
Conozco
la historia desde el corazón de cien hombres.
En
entrevistas hechas por diversas causas lo confesaron:
casi
nadie soporta la herida del verdadero amor.
Muchos
tienen una mujer distinta en la boca, en las manos, en el sexo,
cuando
hablan de lealtad ante sus hijos o los hijos de sus hijos.
El
dos por ciento supo hacer a un lado su prejuicio
y
quemó en sus adentros los miedos, las máscaras,
la
tela de araña que circunda la vida tácita de cada hombre
para
abrir un espacio a la mujer que de cualquier forma
iba
a dejarles huella.
Noventa
y ocho de los encuestados eligieron la comodidad frente a la duda.
Por
eso se quedaron con mujeres que tuvieron el cabello de anuncio televisivo,
la
piel del color de una medalla que se gana sin esfuerzo,
la
voz que se repite sin hilos negros.
Yo
no sé si cada hombre elige no quedarse con el amor que lo sacude,
si
esa posibilidad lo haría feliz. Yo sé que el dos por ciento
de
los hombres prendió fuego a sus certezas
y
llovió sobre la ausencia de alguien que no fue memoria.
β)
Él
quiso irse cuando vio su fragilidad en el color de mis ojos.
Negro
un futuro donde no estaba sólo su nombre.
Negra
su herida al no saberse sólo bello sino transparente.
Él
quiso irse pero escribe cartas, tararea canciones al amparo de la fibra óptica.
Pone
un pie entre la mujer que lo salva ahora y mi nombre,
les
dice a otros que no supo, que no fue capaz,
que
cuando abrió los ojos ya estaba ella
y la
vida sigue porque ya no importa el asombro sino saber estar.
Él
les dice a otros que vengan y me digan que escuche,
que
quizás con una palabra pueda, ahora sí,
quedarse
para siempre.
Envuelta
en mis heridas de imperfección y transparencia,
guardo
silencio. Me digo que quisiera entrevistar a otros cien hombres
porque
el amor no puede ser tan triste,
y
que quizá por diversas causas uno de ellos acepte
que
el fuego nos transforma y lo levante conmigo
aunque
la zozobra nos estalle por dentro.
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