No
No
me ames como amarías a tu esposo.
No quiero que tu risa se refrene al volumen adecuado
para no interrumpir un partido de fútbol.
Ni que la carne asada sea el descanso de tus viernes.
No quiero que nuestros hijos se vuelvan tuyos cada que comienzan a llorar.
No quiero que me toques ni me pienses
cual miembro sacudido
sostenido con la furia del ahogo.
Que tu placer se limite a sentir el de otro.
Que no grites porque es de putas.
Y tú eres casada.
Mujer buena.
Esposa.
No deseo ser deseada como deseas al hombre.
Ni te deseo como el hombre te desea.
No te salvaré del destino infatigable que nos persigue a todos.
De ti misma.
Me desentiendo de ese amor.
No quiero promesas, idealizaciones.
Tibiezas. Horarios de atención.
Me gusta el vigor del ser
que no esconde el miedo
entre los puños.
Yo sé tender la cama, servirme de comer, lavar el plato.
Sé ocupar las manos, sostener con ellas, dar placer sin culpa.
No me ames como amarías a tu esposo.
Al borde del suicidio.
Pensando en servir, en ser puntual a sus necesidades.
En pagar sus caricias y atenciones con tu tiempo.
Sin cuestionar si quiera,
que eso más que amor,
se llama trabajo.
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