Uno se imagina las cicatrices
como suelen ser: una línea
regular, más o menos larga.
Las mías se reabren como persianas
que baten una noche de tormenta,
la primera despierta a las demás
y pronto, en los choques, en el tumulto
gritan: “¡qué ingenua fuiste
al creernos cerradas!”
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