El
tedio
Te
arropa como polvo mecido por el aire. Hace que mastiques ajenjos del insomnio.
No lo detiene el muro de un acierto. No lo despeja el brillo de una gota de
rocío. Su tiempo es el instante durando para siempre. Su lágrima no cabe en el
hueco de ambas manos. Te pudre hasta el dintel de las entrañas. Te lava con su
bilis tu armario de rubores. Te sueña. Te pesadilla. Te misteria. Te despierta
y sepulta. Te Lázaro y te da la última cena. Te rumia con esencias de torpeza y
de abulia. Cae, porque sí. Se resbala en cauto movimiento de infortunio. Se
lanza sobre ti y cae a tu centro, más allá, mucho más allá de la ley de la
caída y sus efectos. Te cuece lavativas en la yema del temor. Te agita. Te
sumerge y exhuma. Te precipicio alto como el cielo. Te friza como a todo lo que
acoge en su línea el horizonte. Rosa putrefacta de ceniza y fuente nutricia de
todos los siniestros.
De:
“Torrente sanguíneo”
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