sábado, 4 de diciembre de 2021

ROBERTO COREA TORRES

 

 

 

antes de llegar a tu esquina

  


Canto en la fiesta de la carne

a mi vieja e inolvidable ramera

los susurros de una canción

que compuse apurado por el tren de los días,

casi se detiene,

más es dúctil e implacable,

quédate donde estás,

hazle como siempre

el milagro al adolescente,

déjalo sin respirar en su primicia,

permítele escarbar los dibujos del lecho,

déjalo asomarse más allá

de las estrellas rojas.

 

Déjale el corazón translúcido

donde cualquiera pueda ver

el furioso chocar de olas

sobre la mansa tierra acostada.

Pido porque nadie altere tus pasos por ningún tiempo

y puedas sustraer de sus tristezas

a los que caminan agachados,

a los que viajan sin ver,

a los renegados,

a los que bajan tardíamente del monte

a lamer la miel de tus panales,

y cuando creen ser invisibles

arrojar sus fluidos

cual torrentes,

y ya huérfanos de la incandescencia

vuelven a esconderse

a desoír la canción.

Pero los sabes estériles,

les conoces ese espíritu de laureles podados en parques pueblerinos:

ornato, sólo ornato a la vista,

semilla que no crece.

  

Sigue mi canción al aire,

festina el color,

maldice tu soledad,

en el quicio de las cantinas se detiene y baila contigo

los boleros del ron.

  

Después de todo, las crudas diarias

son acaso paisaje simple de una melancolía

aposentada en las esquinas

donde siempre estás

viendo pasar a la gente envuelta en sus caretas,

no importa el frío de la madrugada

ni el ardor de los pies,

no te importa el reiterado vacío de las calles,

la maldición del obtuso

en su ansia por abrazarte.

 

Tu aroma se repite,

vierte en cada encuentro la espesa transpiración

del cansancio,

a pesar de ello, alguien va hacia ti

acuciado por el viento de una caricia,

entonces se agranda tu regazo

es sol

con ardor de mandarinas en el día

intimidad apacible

en el abrazo de la noche.

Carnada olorosa de jaguares.

en ese instante de leche y céntimos

 

tiene razón el futuro

cuando te impone el velo,

igual que ayer.

 

Transfiguraciones

amanece,                    como es ahora.

 

El hombre muda ropa y años

pero tú sabes que es el mismo,

aquél cuyo retrato aparece en la revista

a la que siempre acudes

cuando el cuarto te arropa

con su inevitable fragor de ausencia,

y su inquietante aroma de tabaco seco.

 

De: “Ahora que ha llovido”

 

 

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