antes
de llegar a tu esquina
Canto
en la fiesta de la carne
a mi
vieja e inolvidable ramera
los
susurros de una canción
que
compuse apurado por el tren de los días,
casi
se detiene,
más
es dúctil e implacable,
quédate
donde estás,
hazle
como siempre
el
milagro al adolescente,
déjalo
sin respirar en su primicia,
permítele
escarbar los dibujos del lecho,
déjalo
asomarse más allá
de
las estrellas rojas.
Déjale
el corazón translúcido
donde
cualquiera pueda ver
el
furioso chocar de olas
sobre
la mansa tierra acostada.
Pido
porque nadie altere tus pasos por ningún tiempo
y
puedas sustraer de sus tristezas
a
los que caminan agachados,
a
los que viajan sin ver,
a
los renegados,
a
los que bajan tardíamente del monte
a
lamer la miel de tus panales,
y
cuando creen ser invisibles
arrojar
sus fluidos
cual
torrentes,
y ya
huérfanos de la incandescencia
vuelven
a esconderse
a
desoír la canción.
Pero
los sabes estériles,
les
conoces ese espíritu de laureles podados en parques pueblerinos:
ornato,
sólo ornato a la vista,
semilla
que no crece.
Sigue
mi canción al aire,
festina
el color,
maldice
tu soledad,
en
el quicio de las cantinas se detiene y baila contigo
los
boleros del ron.
Después
de todo, las crudas diarias
son
acaso paisaje simple de una melancolía
aposentada
en las esquinas
donde
siempre estás
viendo
pasar a la gente envuelta en sus caretas,
no
importa el frío de la madrugada
ni
el ardor de los pies,
no
te importa el reiterado vacío de las calles,
la
maldición del obtuso
en
su ansia por abrazarte.
Tu
aroma se repite,
vierte
en cada encuentro la espesa transpiración
del
cansancio,
a
pesar de ello, alguien va hacia ti
acuciado
por el viento de una caricia,
entonces
se agranda tu regazo
es
sol
con
ardor de mandarinas en el día
intimidad
apacible
en
el abrazo de la noche.
Carnada
olorosa de jaguares.
en
ese instante de leche y céntimos
tiene
razón el futuro
cuando
te impone el velo,
igual
que ayer.
Transfiguraciones
amanece,
como es ahora.
El
hombre muda ropa y años
pero
tú sabes que es el mismo,
aquél
cuyo retrato aparece en la revista
a la
que siempre acudes
cuando
el cuarto te arropa
con
su inevitable fragor de ausencia,
y su
inquietante aroma de tabaco seco.
De: “Ahora
que ha llovido”
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