El
collar
Golpeé
la mesa, grité: ¡No más!
Yo
ya me voy. ¿Qué,
acaso
siempre he de llorar?
Mis
líneas y mi vida son libres, libres como el camino,
sueltas
como el viento,
altas
como la bóveda celestial.
¿Estaré
siempre en este cuerpo? ¿No tengo más cosecha que una espina
que
me sangra y no me deja restaurar
lo
que he perdido como fruto cordial?
Ciertamente
había vino antes de que mis suspiros lo secaran,
había
maíz antes de que mis lágrimas lo anegaran.
¿Está
el año perdido para mí? ¿Acaso no tengo bayas que lo coronen,
ni
flores,
ni
guirnaldas? ¿Todo desperdiciado, todo árido?
No es así, mi amor: porque hay fruta, y tienes manos.
Recupera
la época que has perdido entre suspiros,
abandona
esa disputa entre lo que importa y lo que no;
olvida
tu celda,
tu
cuerda de arena
que
ha sido hecha para ti
un
cable firme
para
forzarte, dominarte, y ser tu ley
mientras
apenas abrías los ojos y no podías ver.
Lejos.
¡Miren todos! Ya me voy.
Llama
hacia ti a la pulsión de tu muerte; abandona los miedos;
Aquel
que se detiene
cuando
debe servir su necesidad
obtiene
lo que merece.
Pero
mientras enardecía y me volvía feroz
con
cada oración
creí
haber escuchado una voz gritándome: ¡Hijo!
y
respondí: Mi Señor.
Versión
de Sergio Eduardo Cruz
No hay comentarios:
Publicar un comentario