jueves, 14 de julio de 2022

GEORGE HERBERT

 

  

 

El collar

 


Golpeé la mesa, grité: ¡No más!

Yo ya me voy. ¿Qué,

acaso siempre he de llorar?

Mis líneas y mi vida son libres, libres como el camino,

sueltas como el viento,

altas como la bóveda celestial.

¿Estaré siempre en este cuerpo? ¿No tengo más cosecha que una espina

que me sangra y no me deja restaurar

lo que he perdido como fruto cordial?

Ciertamente había vino antes de que mis suspiros lo secaran,

había maíz antes de que mis lágrimas lo anegaran.

¿Está el año perdido para mí? ¿Acaso no tengo bayas que lo coronen,

ni flores,

ni guirnaldas? ¿Todo desperdiciado, todo árido?
No es así, mi amor: porque hay fruta, y tienes manos.

Recupera la época que has perdido entre suspiros,

abandona esa disputa entre lo que importa y lo que no;

olvida tu celda,

tu cuerda de arena

que ha sido hecha para ti

un cable firme

para forzarte, dominarte, y ser tu ley

mientras apenas abrías los ojos y no podías ver.

Lejos. ¡Miren todos! Ya me voy.

Llama hacia ti a la pulsión de tu muerte; abandona los miedos;

Aquel que se detiene

cuando debe servir su necesidad

obtiene lo que merece.

Pero mientras enardecía y me volvía feroz

con cada oración

creí haber escuchado una voz gritándome: ¡Hijo!

y respondí: Mi Señor.

 

Versión de Sergio Eduardo Cruz

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario