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Prípiat
fue testigo de nuestras manos enlazadas: mi corazón agitado y sus zapatos que
se clavaban como un hacha a los maderos. Mis manos adheridas a su espalda para
pasearme en medio de todos ¡Éramos felices, Vasili!, sin el hollín gruñendo en
tu vientre, sin el vaho bufando por tus ojos.
De: “Al amor también lo devoró la luz”
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