sábado, 31 de diciembre de 2022

VICTOR RIVERA

 

  

Ituango

 

 

Es un buen día para ver a mi padre,
su espalda cargada de peces,
la red entre las manos, tejiendo
la transparencia de sus tratos con el agua.
Pero dónde está mi padre,
¿No es esa su cabeza,
un punto brillante, aguas abajo,
ardiendo con el sol del Bajo Cauca?
Me pregunto desde cuando soy hijo de pez mutilado,
de un manojo de algas subsumidas,
hijo de una forma rota y circular
como las boyas adheridas a los ríos de nadie.
¿Me equivoco? ¿No es esa su cabeza boqueando
en lucha con un remolino de piedras y esclusas?
Él, nadador en las horas más azules de la tierra,
¿Tan pronto se va al encuentro con el mar?

Creo ver sur garganta más abierta y seca
que el barro que se parte en los veranos,
más boquerón y zanja que las trampas
en que los caballos se rompen las patas.
Desde cuando tanta elocuencia
en un hombre de río y silencio,
desde cuando tanta intemperie
de palabras dichas a la nada.

Barco de papel humilde,
dime que no quieres olvidar mi nombre
escrito en los bordes amarillos de tu vida,
que no quieres ser un fantasma
incapaz de señalar la cara de tus perpetradores,
a gritos, a dentelladas,
dime la razón de tu cuerpo bajando con los barcos,
tu cuerpo sin las manos de mi madre
para decirte esteras de sombra y palma,
tú que apenas ayer olías la noche
adivinando el giro del cardumen,

¿Dónde estás ahora?
¿Quién te arrancó de tu sitio
como arrancar un cedro de tajo,
como dejar sin olor la vida?
¿En dónde está la luz que te llevaba
a la selva virgen y la montaña?
Le recuerdo a gritos que eso de dejarse ir con la corriente no es lo suyo,
que qué hace allí boqueando junto a los peces que él dominaba,
tirado por el suelo de su propio reino.
¿Tan pronto se va al encuentro con el mar?
Un momento, no tan rápido,
quiero arrojarme,
con él quiero arrojarme.

 

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